Había gente en la Escuela que no había estado nunca en el colegio con una mujer. Había alumnos que eran brillantes, pero venían de zonas muy duras, de Madrid o de lo que ahora se llama la España despoblada. Chavales que hacían la mili a la vez que estudiaban y llegaban vestidos de uniforme, o iban a Mercamadrid antes de venir a clase, para ayudar en casa.
En quinto, un chico salió a la pizarra para intentar ponernos de acuerdo con la fecha de un examen. Como no le hacíamos caso, dijo "vosotros os creéis que porque soy así de feo soy tonto. Pues estáis muy equivocados". Y era verdad, que era listo. El tío era un máquina. Otro, amigo, era hijo de una pareja humilde que regentaba un bar en una zona complicada, cerca de un conocido puente madrileño. Listo y bueno. Como era espabilado, estudió. Al acabar la carrera ya no tenía amigos en el barrio, el que no había muerto de sobredosis estaba cumpliendo condena o en el proyecto hombre. Él invitó a sus padres al mejor restaurante de Madrid para celebrar que ya había acabado y encontrado trabajo. Cuando el camarero le preguntó que quién iba a probar el vino, contestó él "pues todos".
Así que durante la carrera, larga y más para algunos, que nos gustó mucho, ninguno me trató con desprecio por ser mujer. Al revés. Me pedían apuntes, me guardaban el sitio, estudiábamos juntos, me llevaban a casa o a la Academia. Como una reina.
Cuando ayer tuvimos que leer la carta sólo los que se habían traído las gafas de cerca pudieron descargarse el menú y leerlo en el móvil. El camarero se ofreció a cantarnos los entrantes y primeros y segundos. Pero, ¿Se van a callar ustedes?. Soltó una retahíla ensayada. "¿Se lo repito? " ¡Qué risa! "¿Has tomado apuntes?" Dijo alguien. "Pásame fotocopias, que desde aquí no oigo" Pedimos fenomenal. Cayeron no sé cuantas botellas de vino. La primera se acabó sin servir a todos. "Oye, que me he quedado sin" Como colegiales.
Cada uno se acordaba de los profesores con un nombre distinto, ponernos de acuerdo en fechas y acontecimientos tuvo su dificultad. Pero somos de buen talante, nos dejamos convencer y llegamos a acuerdos con facilidad. Además, los recuerdos son propios, y cada uno hace con ellos lo que quiere.
La única pena, la mesa larga y estrecha, que impedía a algunos hablar con otros un poco escorados. Pero da igual, Uno casi se descoyunta por intervenir en una charla que le llamó la atención en la cabecera contraria. Cositas. Alguien propuso montar un equipo de bádminton y presentarnos a las Olimpiadas. A lo mejor se nos da mejor que el baloncesto. Si es mesa cuadrada ya verás el lío. Todos hablando con todos a la vez.
¡Qué risa!
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