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04/08/2020

ACTORES COMODONES




En los equipos siempre hay algún “vaguete”, que no paquete. Viene de largo, desde el patio del colegio. Yo me pido madre, en churro media manga. El que se pedía madre tenía mucho que aguantar luego, unos empujones en la barriga que ni te cuento. Pero se pasaba apoyado en la pared el recreo entero, mientras el resto arriesgaba la vida saltando a los lomos de amigos y enemigos, compañeros de clase. Volando, espachurrándose. Y a la siguiente dejando que el equipo contrario le rompiera la espalda, rezando porque no le cayera encima el más bruto. Ahora que lo pienso, con el “Corona” seguro que ya no se puede jugar. Eso era contacto total. Otro clásico era pedirse portero del equipo de fútbol. Que temple y carácter no le deben faltar, pero entregarse no se entrega, Y problemas de sudores ni uno. No sé cómo entrenarán, correr no les hace falta. Con tener fisonomía de armario, y un poco de agilidad, y capacidad de reacción, les vale. Sí, cuando llega el balón a la portería tienen lo suyo. Pero se puede pasar el partido mirando, con mucha tensión, pero mirando. Aburrido como una mona entre los palos. A punto de dormírsele las piernas. Mi padre siempre contaba lo de “me parece que tu hijo la cagó”, que le decía un hombre a su mujer cuando, después de un partido tedioso, el chaval, que era portero, la primera vez que el balón se acercó a la portería fue en un penalti. Y se tiró para el lado contrario del chupinazo que soltó el delantero. En su gran y único momento, lo mandó todo al garete, dos veces 45 minutos de tensión, de invisibilidad para que la imagen que se repita en todos los telediarios sea ese chute a la esquina izquierda mientras el cancerbero se esnafra en la derecha, brazos al cielo. Hay que tener mucho temple para esa posición en el 11.

Pues el actor que hace de enfermo, lo mismo. Y ya si se pasa media película en coma, como Joey Tribbiani en su trabajo como actor dentro de la serie Friends, es el papel del siglo. No tiene nada que decir ni que hacer. No se puede equivocar. ¡El disgusto que se lleva cuando su personaje se muere! Se había pasado un montón de temporadas en coma, normal. El asunto tenía mala pinta. Esos grandes papeles de secundario de lujo. En plan serio “El paciente inglés”, que encima iba vendado, con perdón. Mucho mérito no tiene. Podía haber sido cualquiera. Tumbado y sufriente. Sin emitir palabra alguna.  Tan solo gemidos esporádicos de dolor. Basta un suplente. ¿Que no.? Siempre me pregunto, en las series policiacas americanas tipo NCIS, CSI en Miami, Nueva York ¿Quién hace de muerto en la mesa de autopsias? Ese muerto que aparece a los cinco minutos de acabar el capítulo. ¡Papelón! Mi duda es si hacen una foto y la introducen en la cinta, porque en caso contrario tiene que aguantar la respiración y el parpadeo para resultar convincente. Al final tiene miga el papel de difunto.

En la vida, lo mismo. Hay quien la pasa de miranda. De portero suplente, que ya es el colmo. Reina. O como se llamara el que lo fue. Que se quiten los Corbaranes y los primeras espadas. Se quedan los de la barrera. Los que nunca saltan al ruedo. Los del paseíllo. Los que cuentan la historia sin heridas. Que se queden los suplentes, los secundarios. Los que pasean vírgenes de dolor y alegría. Y se entierran como vivieron, impolutos. Inmaculados y huérfanos de alegría y dolor. Tuvieron miedo a las arenas movedizas. Y se quedaron al margen viendo como otros salían airosos y triunfantes, o como se ahogaban. Se alegraron de no arriesgar. ¿Sintieron no haberlo hecho? A la postre vivieron anónimos. No consiguieron ningún papel. No hay muescas en su culata.


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