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19/05/2020

QUE NO LE GUSTO



Hay una planta en mi casa a la que no gusto. Desde hace cuatro años he ido juntando varias. La primera fue un tronco de Brasil (creo) que compré cuando murió mi padre. No pensé en sustituirle, que no se puede. Fue dejar que simbólicamente una nueva vida latiera cerca. Crece deprisa, recordándome cada día aquél en el que su corazón remendado dejó de latir. Todavía no me la ha enseñado una enorme flor blanca que de tanto en tanto, luce. Me gustan las margaritas. Esas son de exterior y llenan el alfeizar de las ventanas coloreándolo. Son alegres y simpáticas. A veces el pulgón se ceba en ellas, yo les quito las hojas feas, las riego con cuidado y les digo lo bonitas que están. Las de interior también están contentas. Pero hay una a la que no gusto. Me ha costado aceptarlo. Pero ya he reconocido que soy yo el problema. No se puede caer bien a todo el mundo. Las otras lucen lustrosas, ofrecen flores con frecuencia, de cuando en cuando decaen, agradecen el agua y el sol, se desperezan cuando las riego. Giran sus hojas al crecer, engordan, se las ve felices. Pero a ésta es que no le gusta mi casa. O no le gusto yo. Y ha llegado el momento de asumirlo y actuar en consecuencia.



Lo he intentado todo. He elegido para ella el sitio donde las demás prefieren acurrucarse, he quitado de ahí a un enorme ficus, que vino bebé a casa y le he pedido su rincón para esta planta que no arranca. Generoso ha cedido su puesto y se ha adaptado a la nueva situación. Sin embargo, ella, los primeros días pareció contenta, echó hacia arriba sus tallos y mirada. Pero enseguida, las pocas hojas nuevas, estaban secas y tapizaron el suelo. He tanteado regarla poco, siguiendo expertos consejos, y la tierra se cuarteaba sedienta. Entonces la mojaba un poco. Tuve paciencia, para no volverla loca. Entre las pruebas siempre le dejaba tiempo para intentar entenderla y espacio para comprobar si había acertado en mi actitud y cuidados. No fuera a ser que la estuviera agobiando. Reaccionó agradecida a las primeras gotas, al abono. Pero enseguida se volvió mustia y silenciosa de nuevo, volviéndome la cara. Le digo cosas bonitas cuando me levanto, me callo también. Ella es quien se lleva los primeros rayos de sol del invierno, cuando no molesta. En verano da al sur su ventana, así la protejo de abrasarse. Llegué a pensar que quería soledad, y la dejé lejos de todas las demás durante un tiempo. Al ver que el aislamiento no favorecía su alegría, probé a juntarla con todas las especies conocidas. Ellas, graciosas mostraban sus florecillas en cuanto las gotas de agua alimentaban la tierra en la que se anclan. Agradecidas y coquetas comparaban colores. Pero esta planta languidece, yo soy quien no le gusta, tampoco le gustaba la compañía de las otras. La saqué a la calle, para que viera a gente. Tampoco. Cambié su maceta por una más grande, en la que se sintiera a sus anchas. Nada. Elegí un tiesto de una calidad diferente, por si ese barro la dejara respirar mejor, le recordara al sitio donde nació. Nada. Probé con vitaminas y café, inventos varios. Nada. Cambié la tierra por una con más o menos hierro, la que según los sabios era su mejor caldo. Nada. Solo al verla mustia o cuando hace calor la regaba, no decirle palabra si la notaba saciada. Nada. Ha estado cerca y lejos de la música, la radio, la tele. Nada. La he regado mucho. Nada. He probado todas frecuencias y horarios para su cuidado.

No es que haya perdido la esperanza.  No es un empeño ciego el mío, es amor verdadero. Desde dejarla en paz, a su aire a mimarla he pasado por infinitas opciones. Ante lo difícil que le resulta comunicarse, por razones evidentes, he intentado entender las señales. Me anticipo a sus deseos desde el más puro de los respetos. He llegado a pensar que tengo algo malo, que hay un espíritu maligno escondido en esta casa que le hace sentirse incómoda y la acabará matando. Ahora sé que no le gusto. Lo he aceptado. No quiero tirarla, porque la he cogido cariño. Porque la he querido siempre. Ya, es una planta. No es para tanto. En este tiempo de aislamiento la dimensión es otra. Hablar con las plantas, a no ser que te contesten, no lo veo sintomático de locura, todavía. Pero qué hago ahora con ella. No quiero que sufra más. No quiero que muera. Debo dejarla marchar. Aquí no quiere estar.



¿Qué hago ahora contigo?
las palomas que van a dormir a los
parques ya no hablan conmigo.
¿Qué hago ahora contigo?
ahora que eres la luna ,los perros,
las noches ,todos los amigos.

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