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09/05/2020

LA BARBA NO ES DEJADEZ


El hombre que se deja barba no lo hace por dejadez. No. El hombre que se deja barba no lo hace por desidia. No. El hombre que se deja barba no lo hace por flojera ni apatía. El tiempo que transcurre entre ir hecho un desastre y que la cara se cubra hasta la densidad deseada es, en muchos casos, suficiente agonía y objeto de críticas variadas como para abortar la misión. Entre madre, hermana, tía, compañera de trabajo y santa, a muchos se les quitan las ganas. Yo creo que más que pereza o falta de aseo y cuidado personal, se trata casi de lo contrario. Pura coquetería. Una licencia única y propia del varón. Le pertenece en exclusiva y puede controlar a su antojo. Si aguanta el chaparrón intermedio, sí, el “runrún”. Aquél que no se la ha dejado crecer nunca, no creo que sea más pulcro, sino un pelín menos coqueto o que acata normas de pareja o cualquier otro motivo igualmente loable. Aquéllos, ya fallecidos, que el único día que no se afeitaron fue el de su muerte.

El común de los varones fantasea con esas barbas de Marx, Lincoln, Darwin, el Che y Fidel, Freud, Lenin o Lennon, Hemingway, Monet, Leonardo. Por no hablar de Panorámix o Gandalf, no son estos últimos modelos de sensualidad, o varonil atracción. Pero sí están asociadas la experiencia y sabiduría a esas largas y blancas melenas del rostro. Los portadores no tienen desperdicio en cuanto a enjundia y relevancia en la historia. Cada uno por lo suyo. El abanico de figuras solemnes que lucieron la cara llena de pelos, es amplio. Se despliega colorido. Abro paréntesis, he leído que Alejandro, Magno, no dejaba a sus hombres lucir barbas para evitar que el enemigo se las agarrara en las peleas.

La sorpresa de la primera vez que se la dejan crecer, por cómo será la propia, si rizada o lisa, si poblada o merma, si llena de calvas que no se tupen nunca o densa cual homínido, es a veces motivo de rendición. No se vende paciencia. Pero cuando al fin adquiere forma y torna a ser esa barba que empodera al portador; ya sea por aparentar madurez, cuando les falta o porque la barba tapa el paso del tiempo o por un cambio que incluso parece afectar al carácter. Ese aspecto paternal, continente, de serenidad sin contención.

Es una treta ante ese cuello que ha perdido el contorno y casi desaparece, por un rellano de carnes irreconocibles. Las chicas podemos hacer uso de nuestros abalorios, collares, cuellos altos, pañuelos, bufandas, para ocultar ese cambio que se produce en el rostro con el paso asumido de los años, que te hace irreconocible para ti misma. No basta el maquillaje, ni los retoques, sin embargo, una buena barba, oye, a eso se le llama oportunidad. También hay quien se deja barba como un reto o promesa. Hasta que esto no acabe, no me afeito. Cuarentenas y pandemias. Guerras, embarazos o ruegos.

El mito que hay en cuanto al hombre que no se afeita por dejadez o por empeñar un poco menos de tiempo por las mañanas en el aseo y disfrutar de la cama; es falso. El hombre es presumido también. Solo que se le conceden pocas licencias. Tampoco él se reconoce en el espejo. No le queda otra que aguantarse o taparlo con una seductora y masculina barba. El que es guapo sigue siéndolo, y el que no lo es, pasa directamente a la categoría de interesante. En un hombre eso es un piropo. A una mujer le dicen que es interesante, o simpática y la traducción es que es fea, o muy fea. ¡Eh! Pero un hombre interesante, eso es otra cosa. Y ¡ojo!, cuidarse la barba, tiene tela.

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