Se impone en el lenguaje el uso de vocablos comodín, a los que se recurre cuando no se sabe qué decir, o no se encuentran palabras. Peligran nuestros cimientos a base de dejadez y con esto, nuestra propia esencia. Cuando no hay palabras para nombrar las cosas, los sentimientos y emociones, situaciones; cuando no se pueden nombrar, pierden su forma, su contorno, se desvanecen, y sus días están contados. Tales tesoros se difuminan con el ocaso, caen con el sol en el horizonte. Se evaporan y se mezclan con las nubes. Y se van. No son recuperables, se nos han escurrido entre los lazos del alma.
Sin
embargo, esta época de encierro está siendo fructífera para ciertas cosas. Por
ejemplo, yo misma, me he enganchado a escribir lo que se me ocurre. Sin ánimo
de consenso. En realidad, es para mí una herramienta egoísta de desahogo. Y me
fijo mucho. Como los búhos.
Hay expresiones que se emplean sin saber de dónde vienen. Por ejemplo, los chavales dicen “lol” con frecuencia, porque sí. O decían, puede haber caducado la expresión. Son efímeras las modas. Pregunté un día a un adolescente si sabía lo que quería decir. Se perdió en divagaciones. Que si era como súper guay, en plan: raro; o que sí molaba. Términos contradictorios unos, complementarios otros, incomprensibles casi todos. Al contarle el origen supuesto de la expresión, me tildó de antigua. Que no tenía nada que ver. Cuál sería mi sorpresa. L.O.L. para mí era un acrónimo, en inglés que significa Laughing out loud, o Laugh out loud, más o menos «reírse en voz alta o reírse mucho tiempo» (es decir, a carcajadas), «muerto de risa», «reírse mucho» y «muchas risas». Ahora a “lol” a veces se le añade el sufijo -azo, lolazo, para demostrar asombro. Es flipante como ha cambiado la palabra. ¿no? Realmente ha acabado significando raro, asombroso. Convergen los caminos. Muy interesante.
Pero
lo que me trae de cabeza es el uso de la palabra transversal y ya me vuelve
majareta es esa especie de superlativo tan en boga…”no, lo siguiente”.
Transversales son algunos departamentos, equipos que no atienden a otros
servicios dentro de una organización. Pero con esa perspectiva todo es
transversal, depende de cómo lo mires. Utilizar cualquiera de los dos términos
en una frase, sumado a colar un “sentirse cómodo en una actividad o posición” o
“salir de tu zona de confort” te mete sin examinarte en el club de los
estupendos. Otorga titulación de pseudo - psicólogo, analista de pacotilla, con
perdón. Da derecho a intervenir en tertulias radiofónicas y televisivas del
color que quieras. Donde te sientas confortable. ¡Parecido pero no es lo mismo!
Ayer
me llegó la noticia de la creación de una plataforma transversal. Miro el
diccionario, el primer ladrillo de nuestra casa. Que está atravesado de una parte a otra de una cosa de manera
perpendicular a su dimensión longitudinal. Que se cruza en dirección
perpendicular con la cosa de que se trata. Si busco sinónimos encuentro
colateral, desviado, perpendicular, oblicuo, apartado, …
Así,
en frío, ninguna de las dos acepciones me encaja con plataforma transversal.
Por lo que entiendo del contexto, se trata de un conjunto de personas con ideas
en común respecto a algunos temas pero que no se definen como de derechas o de
izquierdas necesariamente. O no quieren hacerlo. Hoy le llamarían a esta
actitud que no están cómodos con tal apelativo. Encuentro por fin una medio
respuesta en la web: “también se emplea en el ámbito de la política. El
transversalismo constituye una corriente que propone trascender la división
entre derecha e izquierda, apostando por una nueva ideología que busca no
vincularse con las ideas políticas preconcebidas.
Un
movimiento político transversal, por lo tanto, incorpora tendencias de derecha
y de izquierda en su propia plataforma ya que dice defender aquello que es más
beneficioso para la sociedad en su totalidad, sin importar el origen ideológico
de las propuestas. Exactamente igual que LOL o lolazo. Vamos, que no tiene
ideología. Depende. De si se sienten
cómodos, supongo.
Como colofón ese "no, lo siguiente". Esta muy de moda. ¿Feo? no, lo siguiente. ¿Tonto? no, lo siguiente. ¿Qué es lo siguiente a feo? ¿Muy feo? ¿Ogro? ¿Feísimo? ¿Y a tonto? ¿Imbécil? ¿Tontísimo? ¿Por qué nos hacemos tan vagos? Busca la palabra. Haz un esfuerzo, mira a ver si te sale un sinónimo. No es que sea listo. Es un genio. Por ejemplo. Es que lo siguiente no me queda claro. ¿Qué hay más allá de ser un genio? ¡Lo siguiente! ¡Claro! Además, hay sustantivos superlativos, de esos máximos, absolutos, ahí ya el regodeo es máximo. Hay cosas que no pueden ser más, para eso le pones “-ísimo” o ya los más eruditos, de pobre paupérrimo. Cuando algo no puede ser más, le metes un lo siguiente y ya dejas pampanita al oyente. Sí, estupefacto, boquiabierto, patidifuso. ¿Sorprendido?, no, lo siguiente: Atónito.
Nos
estamos volviendo de un cursi inaguantable de tanto no llamar a las cosas por
su nombre. Creo que es síntoma de un Alzheimer inducido. Pobrecitos los
enfermos reales de tan triste enfermedad que no permite seleccionar los
recuerdos, que condena al olvido y la soledad. Nuestra pereza y espíritu
acomodaticio nos hacen obviar el abanico de posibilidades para describir la
realidad. La vaguería es la punta del iceberg de nuestra ignorancia y absurda
manera de enfrentarnos a la vida. Somos niños de mando a distancia y coche
automático. Herederos de quien construyó, lucho y se ocupó por formarse y que
tuviéramos formación. Hemos tomado las dádivas sin darles importancia, sin
mirar siquiera de qué prescindieron o como vivieron ellos nuestro andar de
puntillas por los problemas. Nuestro mirar para otro lado en la dificultad.
Saltar y pasar al siguiente capítulo como si de ascuas se tratara. Porque hemos
vivido en un cuento de hadas. Y las redes las han tenido siempre nuestros mayores,
hoy encerrados o muertos. Solos. Ojito.
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