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22/05/2020

NOMBRES PERRUNOS


Dibujo de mi amiga Mª Ángeles Atauri


Me fascina el proceso que nos lleva a los humanos a dar un nombre. Poner un nombre desemboca a veces en un delta de discusiones absurdas. Un disgusto tonto en una ocasión indiscutible para elegir ser feliz. Un momento de alegría y celebración para guardar en el recuerdo, que sin embargo puede ser origen o referencia de desavenencias futuras que se hubieran evitado cediendo o hablando. Yo me arrepiento mucho de mi tozudez. Ni siquiera comprendo el porqué de mi intransigencia. Con lo fácil y flexible que puedo resultar, con todo lo que soy capaz de aceptar con tal de no discutir. Me pregunto con más frecuencia de la que puedo confesar, qué me hubiera costado acceder. Si quizá fue aquél un punto de inflexión, de tantos. Son errores que se cometen en la vida, cuya relevancia engorda con el paso de los años. No pensé que me faltara sensibilidad, pero sí; y también prudencia y sabiduría, nadaba en la ignorancia del egoísmo. Sin querer a veces se hace daño. Sí. Y todo vuelve.



En cuanto a los perros, es un asunto importante también. Es más, trascendente, para sus dueños. Ocurre muchas veces el apodo viene puesto, o eso dicen sus dueños cuando les preguntas estupefacto ¿por qué Manuela? (Igual que su madre) O Sebastián (como el suegro), el de la capa y el bastón. A cada uno nos pega un perro. Aunque cuando te toca otro, le coges cariño igual. Y a cada perro le corresponde un nombre. Es importante contar con el factor raza. No es lo mismo un setter, que es mi favorito junto con el labrador, o el Beagle, que los perros miniatura, tipo caniche. Los perros cazadores, con la pata delantera doblada y las orejas apuntando al cielo. Esos requieren monosílabos. Por la rapidez. No es igual un dogo que un Yorkshire, Terrier o un Schnauzer o un chihuahua. O un bóxer, tan bueno, que un pastor belga. Solo el abuelito Charlie podría haberles llamado igual. La perra de la familia cambiaba, no así su nombre. Si se escapaba o moría y algún hijo traía una sustituta, se llamaba lo mismo, fuera joven o no, blanca o parda. Se reemplazaba el animal, no el concepto, la misión. Era quizá una forma de diluir la pérdida, de no diferenciar ni tener preferencias, bastante hay con otras penas. Ella siempre estaba ahí. En Sevilla también, viví en casa de unos amigos que tenían un perro enorme, pastor belga, un poco loco, a veces había mordido. Esas razas que la endogamia deteriora con tal de que prevalezca la autenticidad. Me lo presentaron como a uno más de la familia. Se dejó acariciar, puse mi mano cautelosamente sobre sus ojos. Se congeló el aire caliente del verano sevillano, ni a Santa Clara llega la brisa. Se hizo un silencio de misa, bajó la cabeza y se fue. No me ladró nunca, jamás le volví a ver. Él tenía su espacio. Yo no era una intrusa ni suponía amenaza alguna.


En el Caserío se llamaban Pastor y Trigre, según los que aun hablan seguido. A otros se les ha olvidado, Entre los mejores nombres que he oído está Byron, (lord). No se trata de un apelativo pretencioso, ni mucho menos. Por supuesto son británicos los dueños, él es británico, un elegante. Ella, vasca, también una elegante. No tiene nada que ver, pero su historia de amor epistolar es maravillosa. Tiene sentido del humor de sobra la familia toda y flema de sobra en el ADN para aguantar cualquier intento de tomadura de pelo. Es un perro salado y simpático como ellos. Porque los perros salen a los dueños. ¿O al revés? Mi tío tenía un enorme pastor alemán que se llamaba Tron, por electrón, protón y neutrón (antes de que se grabara Blade Runner). Tron era como él, un niño grande. Bueno, divertido, inteligente y cariñoso. Como mis tíos no tenían hijos, los niños del barrio llamaban a su puerta “¿Puede salir Tron?” Tron no era consciente de su enorme tamaño, siempre bebé. Cuando llegaban invitados a la casa se abalanzaba sobre ellos para abrazarles, patas delanteras sobre el ingenuo visitante, para pánico de propios y extraños.

De lo que más me divierte son los apodos que resultan ser nombres de personas, como Paco, Lola. Es aventurado criticar el porqué de semejante bautizo. Nunca se sabe. El nombre de un sitio, quizá. Hay razones confesables y otras que no lo son tanto. Por ejemplo, que se llame Frank, por Kafka, es mucho para un perro. Yo qué sé, Fiódor, por Dostoyevski. Demasiado. ¿no? Toda una responsabilidad. Mi amiga, en Florencia, paseaba con Nelson a su vera, parecía parte de ella. Grandes y nobles los dos, por dentro y por fuera. Nunca supe si era por Mandela o el capitán. O porque sí. Los hay que indecisos quieren utilizar un rasgo del animal que le caracteriza, tiene que ser muy evidente el distintivo, porque para conocerle debe pasar un tiempo. Así es que puede ser Blanco, Black, Manchas, en fin, distintivos externos. Dormilón, ya requiere algo más de atención. Unos amigos tienen a Leo, que no es fiero ni ruge, sino chiquitito y juguetón. Otros tenían a Laika. Vino así de fábrica, aseguran que no tiene nada que ver con la que se fue al espacio. Ejem. A su hija la apodaron Lara, por carambolas de la vida, igual que la vecina, a la que no conocían. No sabían ni de su existencia, lo cierto es que llegó después de que naciera Lara. La mujer se enfadaba muchísimo, porque cada vez que llamaban a la perra, ella salía al jardín pensando que por fin la buscaban, en su soledad. Que la invitarían a una de esas fiestas de jardín, lleno de risas y botellines. Más que enfado era pena. Otros amigos tenían a Víctor. Nombre peculiar para un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos. Lo llevaba, pobrecito, con alegría y alborozo. Piper era un perro abandonado, de raza en incógnita. Encontró a sus dueños o ellos le encontraron a él. Nunca se sabe. Fue uno más en una familia estupenda. La perra de mi primo es una galga, elegante y perezosa. No lleva el mismo collar que todos los perros, sino una banda suave al cuello, que estiliza aún más su distinguida figura. Sus andares recorren barrios casi peatonales. Ocupa un lugar privilegiado en el salón. Duerme con pijama, pobrecita, que tiene frío. Vira, se llama. No podía ser menos. Ella me ronda si estoy triste, y se acurruca a mi lado, buscando la forma de darme su particular apoyo.

Se puede nombrar haciendo un guiño a la infancia: Colmillo, Milú, Snoopy, Pluto, Scooby, Lassie, Pongo, Rex, incluso Pancho, que parece sacado de Verano Azul. Hay mucho clásico, Toby, Golfo, Tuca, Tuka, Piña, Tuno, Punto, Truco, Saco, Raco. Factor común son las dos silabas, que simplifican la conversación y las órdenes directas. Pero hay alguna elección que hasta a los dueños les produce vergüenza cuando la usan en público, en especial, en presencia de desconocidos. “¡Risitas, bájate del sofá!”, “¡Gruñón, no asustes al niño!”. “Pequeñín, sit”. Tú ves a todo un señor, corbata de lana en ristre, teba y bastón, sombrero; con su enorme mastín. No se puede llamar “Cuqui", ni "Frodo”, por mucho que le gustara al caballero o a su nieto, el señor de los anillos. Tiene que tener un nombre serio, de porte, ad hoc.

Ahora que lo pienso para lo poco fan que soy de los animales domésticos siento una gran pasión por los canes, algunos. Me gustan a distancia. Que no me alboroten ni me invadan, pero me parecen animales magníficos. No entiendo el porqué del uso del calificativo perro como despreciativo, porque no hay duda hay de su fidelidad, paciencia. Además, tienen una intuición maravillosa, que les capacita para percibir quién les teme, les respeta, les quiere. Para perros elegantes y de moda, los galgos. Son el top de la especie en cuanto a atuendo.

Yo les admiro con distancia y prudencia. Y en general, me corresponden. A alguno le muerden todos, aunque no muerdan, y a pesar de lo que les gustan. Pensarán que están ricos y les querrán comer, digo yo.

2 comentarios:

  1. En Las perreras parece q acostumbran a poner y elegir nombres largos.... https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/05/15/5ebd556421efa018498b45db.html

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