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06/05/2020

POLIS DE BALCON





Hasta la coronilla estoy de Don perfecto. Ese sujeto que está en posesión siempre de la verdad. Se dejaría atropellar en un paso de cebra por estar cargado de razones; lesionado, sí, pero con su argumentación intacta. A veces es más importante la paz que la razón. Ahora han tomado la voz y la palabra esos personajes que increpan al vecino porque no lleva mascarilla, porque pasa demasiado cerca de ellos sin darse cuenta. Son los mismos que regañan a alguien que conduce por encima de la velocidad permitida, aunque ellos vayan en por otro carril. Los que abroncan al que se cuela en el súper, aunque ellos no estén haciendo la cola. Espían desde el portal si el vecino del quinto quita la correa al perro cuando dobla la esquina. Fiscalizan, juzgan sin saber quién es el otro y el porqué de su comportamiento. Que no está bien. NO. Hurgan en la vida de otros para encontrar satisfacción en el fallo ajeno. Envidiosos analfabetos de las emociones. Con carencia de amor en sus entrañas llevan la rigidez a la bobada. Tiñen de culpa inoculada la pelusa, los celos por la alegría del otro. Esa felicidad que desconocen por su hierática y férrea defensa de lo correcto. "No se puede" denuncian inquisidores. Ya sé que no se puede. Sí. ¿pero te has parado a ponerte en mi lugar? Estos policías de balcón, aburridos que ocupan su tiempo en mirar la vida de los otros, buscando el fallo, por si alguien se sale de la raya. A ver quién pisa la línea continua. Esa norma que a veces es imposible cumplir. “¡Por tu culpa muere gente!” Increpan. ¡No fastidies!



Si encima de ser absolutistas e inflexibles esos polis de pacotilla, son locutores de radio o presentadores de televisión, se convierten en un verdadero virus. Con perdón. Expanden la porquería a velocidad de vértigo. Exponencialmente, palabro manido en estos días. La gente se cree lo que ve en la tele o lo que oye en la radio. Hay cuatro gatos que contrastan la información y leen el periódico. Mal contados, uno o dos, que lee varios periódicos. Como decía Bertolt Brecht, esos son los imprescindibles. El pueblo llano repite lo que oye una y otra vez, lo hace suyo. Selecciona el canal que le es afín y sigue la linde. Cree. Lo han dicho en la tele. En el encierro, ese ha sido, además, el vínculo más fuerte que hemos tenido con la información del exterior.



Vamos a ver. Se han abierto las esclusas. Había mogollón de gente en la calle el primer día. Normal. Hubo quien no se atuvo estrictamente a los horarios, normal, hubo quien se saltó alguna norma. ¡Pues claro! Pero en la excepción no hay que cebarse, puñetas. El periodista anuncia que ¡Hubo 30 botellones en Madrid el día de la apertura de puertas! Pocos me parecen. Yo creo que, en Nava en verano, que es un gua comparado con Madrid, había más de 30 botellones en un fin de semana cuando yo tenía 18. ¿Qué no? Más que pandillas. Tantos como sitios estratégicos. En el pantano, a no ser que estuviera muy bajo, al menos tres por entrada. Total, unos diez, y me quedo corta, en el cementerio un par, en el río qué menos que cuatro o cinco, un par en el hospital abandonado, en La Barranca. ¡Y en Madrid se echan las manos a la cabeza porque hay 30! Hay que relativizar y darle importancia a lo que lo tiene. ¡Venga, no fastidies! Para eso no salgas. Está claro que todos no cabemos en la calle, ya sea por franjas horarias de edades o de apellidos.



Todos estos mentecatos que te increpan por la calle si no sientes su necesidad de repelerte. Cronometran los excesos. Fiscalizan tu libertad. Culpables de tener hueco su corazón y su agenda vacía. Te insultan si sales antes o después de la hora, por hablar con alguien. Increpan al despistado amparados por el anonimato de las cortinas echadas. Tras un geranio seco vapulean con insultos de cobarde al resto que roba un rato de felicidad al día, disfrutando del aire y el buen tiempo. Culpan de asesinos a padres que salen a por el pan o niños que explotan de alegría por ver a un amiguete. Poco contenido tienen los idiotas, que se preocupan tanto por lo que hacemos los demás. Vamos a mirar un poquito más lo que cada uno podemos hacer bien y vamos a dejar de chivarnos. Que no hay nada peor que un chivato o un soplón. Un espía que lo que tiene es envidia. Puñetas. Hasta la coronilla de tanto buenismo.

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