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05/05/2020

DOS MINUTOS



Einstein tenía razón. En el asunto de la relatividad, digo. ¿Alguien sabe exactamente cuánto tardan en pasar dos minutos? Se trata de una medida universal para acotar un tiempo flexible. Se trata de un lapso que uno cree que va a ser breve pero que en realidad no tiene ni la más remota idea de cuánto va a durar. Se asigna tal etiqueta a tareas cotidianas en las que creemos emplear un tiempo finito que en realidad no hemos medido nunca. Expresiones que pretenden expresar lo mismo pueden ser: un momento, un segundo, no tardo nada. Suele ocurrir cuando se “entra en relación” con el otro, principalmente después de una temporada de vivir sin compañía, ahí, para evitar confusiones, y con un poco de autocrítica, surge la necesidad de poner límite a la extensión en el tiempo de determinadas actividades.

Así hay muchos ejemplos, sin duda el más importante de todos, el que no tiene parangón ocurre en la puerta del baño. Depende del lado en que se esté, no tiene nada que ver lo que suponen dos minutos. Esa puerta de acceso al baño es un muro de lamentaciones e improperios del lado exterior. Porque el tiempo pasa a otra velocidad cuando se traspasa. Lo que antes parecía eterno, la espera, se consume como un cigarro en el cenicero, sin darnos cuenta. Los cuanto “¿cuánto te queda?” y las respuestas asociadas “Dos minutos, un segundo” son diálogos fútiles. No significan nada. Porque la subjetividad divide esos espacios. Esa sencilla puerta, separa dos universos donde el tiempo transcurre a distinta velocidad.

Otro caso típico es ese momento límite para cenar, está todo a punto. Te falta un toque. Cuando entre él en casa, mientras os tomáis una cerveza, echas el bonito en el tomate frito casero, que huele de maravilla. Llamas al trabajo “¿Te queda mucho?”. No es por controlar, son ganas de agradar, quieres esperar a cortar el pan, que esté tierno. No cocinas tantas veces, te gustaría que todo estuviera genial. “Me quedan dos minutos”. Comiéndote las ganas de concretar, no haces más preguntas, lo mismo le has pillado en medio de una reunión, o algún marrón a punto de terminar. Pero te quedas como estabas “¿Serán dos minutos para salir?” “¿120 segundos para decidir que cierra?” será quizá el tiempo que le quede para apagar el ordenador. Todo depende. Bueno. La próxima vez no llamas. Te has quedado igual, y total, no era importante.

Al llegar a un restaurante. “En dos minutos tenemos su mesa preparada” Ten claro que te puedes fumar un par de pitillos, dar la vuelta a la manzana, o tomarte un vino.

Un caso que me desasosiega especialmente como espectadora o protagonista (cuando me he dado cuenta) es el de esa madre que intenta calmar la impaciencia con un “dos minutos” al hijo, ante su “¡mamaaaaa!”. Y esa cara del chaval, que mira a su madre como un pollito en el nido, esperando el alimento, el rostro mirando al cielo, con esa admiración incondicional, barrunta lo que ha querido decir. Porque él la necesita ya. Temas fisiológicos, de relación, quién sabe. En la vida de un niño dos minutos reales pueden ser una eternidad. Y los dos minutos de un adulto, son un misterio que intentará digerir durante lo que le queda de infancia y de vida. Eso sí, él hará lo mismo, primero con sus juguetes y en unos años con sus propios churumbeles. Nada como el ejemplo.

La verdad es que no sé si existe una alternativa a estas expresiones, que por un lado tienen la intención de meterse prisa a uno mismo y por otro de darle a entender al otro tu compromiso de que le tienes en cuenta, que sabes que está ahí. La alternativa es desasosegante. Ante un “¿cuánto te queda?” si contestas “¡no sé!”, hemos acabado. Pero esa es la verdad. El problema es que cuando no nos sabemos la respuesta a una pregunta tenemos una imperiosa e irracional necesidad de contestar, porque sí. ¿Para demostrar que lo tenemos controlado? Para no reconocer que se nos ha pasado el tiempo sin darnos cuenta y lo que deberíamos hacer es disculparnos por habernos entretenido. Por no asumir que estábamos abstraídos, en el baño, en el trabajo, o en el caso de un restaurante porque no depende del jefe lo que tarde en pagar la mesa siete, que lleva media hora con el café. Por otra parte, de dónde vendrá esa necesidad de recibir una respuesta que no existe. En fin, en tiempos de coronavirus dos minutos tardan lo mismo en pasar. Magnitud elástica de la excusa no pedida.

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