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30/12/2022

MENDIGOS DE AMOR

No se puede pedir y menos exigir que le quieran a uno. No se trata de orgullo o dignidad. No es eso, es solo que no se puede querer por obligación. Esas cosas ocurren, o no. Es base dos. Blanco y negro. Sistema binario. Sin matices. No hay jurisdicción en el corazón. Como conclusión me atrevo a decir el amor es una variable dicotómica. Y sólo se puede dar, nunca reclamar. Se puede, pero no funka.

Los mendigos del amor confunden la realidad. Son vagabundos en un mundo inventado, víctimas de su historia,  menesterosos en el afecto. La caridad no es miscible con el cariño. Porque hasta el más irracional de los mortales quiere sin querer ¿A quién quiere cada uno? Allá "peniculas".

Yo creo que cuanto más se quiere, mejor. Aunque con tu marido, tu mujer, tu amigo, tu hijo, tus padres, los hilos que fueron milagros recién concedidos del manto de La Milagrosa, lazos que os unían, se rompan, hay que seguir queriendo. Aunque. cualquier brisa es mordisco que duele y erosiona. Arena en suspensión,  dañina y oculta. Cuanto más  se quiere, mejor, y si el viento es en contra, con más motivo. Unos son mendigos y otros cabezotas. Eso sí, sin pedir.

28/12/2022

HIPNOSIS

El Tamagotchi (popularmente conocido como Rumba o aspirador sin cable) y la máquina de hacer zumos del Mercadona en funcionamiento son hipnóticos. En casa llamamos Tamagotchi al robot aspiradora destroza alfombras.
El Tamagotchi es una pequeña mascota, con vida propia y movimientos aleatorios. Es cierto que, si uno le deja libre desde el primer día, probablemente se aprenderá la geometría del apartamento y limpiará con precisión rincones y alfombras. Recordará su mecánica memoria, las esquinas que precisan atención. Hace falta mucha paciencia para dejarle hacer. Igual que se interviene con el niño aprende a comer un puré: "venga te lo doy yo" (la madre que no puede soportar esos morretes verdes que deberían ser orgullo del aprendizaje, le puede la eficacia y que no ponga todo perdido. Nos sorprende luego la dependencia; "es que no aprende") En general, nadie se atreve a poner en marcha el Tamagotchi cuando no hay nadie en casa. Yo soy de las que levanta sillas, intentando dejar el camino libre. Pero el aparato puede resultar muy travieso. A mí me ha pasado de todo, por ejemplo: encontrar todo un rollo papel higiénico distribuido por la casa. Se enganchó con una esquina que alguien (posiblemente yo, que soy responsable de todo lo que sale mal en casa) había dejado colgar demasiado cerca del suelo y de ahí a recorrer la casa entera se ha dedicado el cacharro, con el gurruño consecuente que se hizo es sus entrañas. Si olvido recoger las cortinas, me puedo encontrar el bicho colgando de la pared, incapaz de deshacer el nudo que se ha formado entre los rodillos de sus intestinos y la tela. Con algo de mala pata, puede llegar a tirar las cortinas, que están colocadas con palillos. Un punto débil que siempre protejo, son los cables, pero siempre me olvido de alguno. El aparato puede no pasar al dormitorio,  pero el cable suelto lo encuentra y aloja enrolladito e inservible en sus rodillos. Nunca vuelve a ser el mismo, el cable, ni en color ni en su estructura interna, por no hablar de los extremos USB. Difícil reaprovechamiento. Luego está, claro, cuando se engancha en un lugar insospechado, o se queda sin batería fuera de la vista y te pasas buscándolo media hora. Como no tiene alma, aunque sí nombre, no se le puede llamar. El temor a qué se habrá tragado siempre está ahí, una pulsera que habías perdido, un cinturón, o alguna prenda pequeña descuidadamente olvidada. 

Por todo eso, al Rumba se le hace trabajar estando en casa. Su sonido, para unos inquietante "¿puedo apagar esto? , para mí es compañía, imán, como si un pequeño perrillo recorriera el parqué. Lo vigilo para que no tropiece, para que remonte las alfombras, cuyos flecos retan su poderío. Estoy atenta a que no salga al jardín, cuando las puertas están abiertas, se descalabraría en el escalón. De vez en cuando, le hablo. "Por aquí", " No , ahí no, llevas media hora en ese rincón". No lo puedo evitar, será que no me entiende, que vuelve a esa esquina cada día. Mira que se lo tengo dicho. ¿Qué habrá ahí? ¿Qué ha olido? ¿Migas del desayuno? Otras veces pasa de largo y coqueto por las alfombras, como si estuvieran impecables. He visto pelusas, que ha dejado el viento del oeste al ventilar. Podría agacharme a recogerlas, lo que pasa es que quiero que el Tamagotchi haga su trabajo. Entonces le impido salir del rectángulo persa. Con los pies en 90 grados, el perímetro controlado, pido ayuda a mis parientes: Tú ponte ahí, no le dejes pasar. Que esta alfombra se queda limpia hoy. Se ha convertido en uno más de la familia. Es por eso que tiene nombre. Ahora está mayor, ya no es como antes. Se le acaba antes la energía. No pone tanto empeño en los detalles. De la vista, fatal, porque no atina nunca. Y no digamos la memoria, se engancha en sitios relimpios, y deja peor que estaban, otros. Se le escapa basurilla por el camino. Sufre de incontinencia, pobre. Parpadea enseguida la luz de su cansancio. Y a veces incluso, avisa de errores fatales en su comportamiento, le falla el corazón. Llévame a casa, que no puedo más. Ya barro yo.

La máquina de hacer zumos del Mercadona me hipnotiza igual. No todas las exprimidoras son iguales. Las hay muy púdicas y no muestran su interior. El del Mercadona es único. No tiene vergüenza. Me pregunto si el tío Felipe lo usaría como ejemplo de mecanismo en sus exámenes. Es fenómeno,  sonreiría. El efecto hipnótico que produce en mí tiene muchas veces consecuencias fatales. Se me sale el zumo, bien porque no coloco la botella correctamente o porque se me pasa el tiempo. Por eso compro la botella de litro, para poder disfrutar de la visión, aunque sea un ratito más. Van cayendo las naranjas. Unas remontan el primer hueco de esos dos cilindros que giran, por donde se dirigen al patíbulo donde se convierten en medias esferas con una guillotina oculta. Ver eso sería un exceso de morbo. Una indecendia. Hasta las máquinas deben cumplir con el recato que es de reglamento. Aparecen divididas para ser exprimidas a conciencia y por separado. Último paso del proceso. Lo que más me gusta en cuando se enganchan en el conducto de bajada. El mecanismo es tan sencillo que la solución también lo es. Basta un pequeño toque con el dedo índice para que se anime la procesión. Aunque no vaya a comprar zumo, si veo a alguien manejando la máquina, me entretengo en las frambuesas para disfrutar de las vistas. Eso sí, debo atarme la mano para no intervenir en caso de obstrucción. Al terminar, cierro con clic la botella de plástico. Es lo único que no me gusta. He valorado traerme de casa una de cristal. Soy creyente del reciclaje de vieja escuela, la reutilización. Y me consume una duda ¿Cuántas naranjas para un litro de zumo? ¿Es el timo del siglo? Nunca me acuerdo de contarlas. 

24/12/2022

HE ENGORDADO TANTO QUE HE CAMBIADO DE TALLA DE ZAPATOS

La suegra contaba que cuando volvió de ser oper (au pair) en la Pérfida Albion o territorios anexos... Abro paréntesis, no entiendo la lógica de que la Real Academia de la Lengua admita en el diccionario palabras como micromachismo, pichichi y portuñol; conspiranoico, copiota; agioscopio, sobrevenido, traslaticio y deje fuera  otras, como au pair; baby sitter está  admitoda. No puedo aguantarme. Me parecen, algunas, una estupidez soberana. Sin ir más lejos: copiota y pichichi. Pero son cosas mías. Por cierto, lo de copiota es como decir "se vale". Muy rancio, muy antiguo. Descubro con asombro que existe "espanglish", ojo, con hache. Sin embargo no existe itañolo. Bueno. Desde mi punto de vista, esto: ni limpia, ni brilla, ni da esplendor. Las palabrejas mencionadas, por lo visto, son cosa del erudito  tristemente fallecido Marías, con quien tanto me enfadaba y desenfadaba ¡y que él se haya ido sin enterarse! Cierro paréntesis. ¿Por qué no se admite "oper"? 


El caso es que la suegra, se fue a algún país de habla inglesa en un arrebato de  independencia de su juventud almidonada, a cuidar niños. Se echó la manta a la cabeza y se separó de todo lo conocido y comodo, durante un año. Sin conocer bi el idioma ni a la familia con la que iba a vivir. Al volver, decía que había engordado tanto que le rozaban los muslos. Poco me parece, yo he engordado tanto que he cambiado de talla de zapatos. En mi caso es una catástrofe, si ya es difícil envkntarnun zapato mono del 42 no digamos.de una talla más. U dos. Y es que lo de engordar tiene efectos secundarios devastadores y desconocidos para el que no lo padece. Esos flacos, a quienes molesta tal calificativo,  para mí el mejor de los piropos, esos flacos, delgados, que yo desnuda gano mucho, no saben lo que pesa una barriga ni que les rocen los muslos al andar, ni que no te puedas vestir más que como Demis Roussos

Desde no verse los pies, por grandes que los tengas, al agotamiento en cuanto echas un pie a tierra. Y es que la mochila que se traslada cuando se engorda, si la equiparas a tetra briks, son unos cuantos; tantos, que yo no sería capaz de volver del Mercadona con ellos en bolsas.

La suegra adelgazó y olvidó el idioma inglés, que le volvió automáticamente con el nacimiento de sus nietos. Decía "napies"  a los pañales y "pasifaer" al chupete. Igual que recuperó la alegría. En estos días tan señalados no se puede uno castigar con el ayuno.  No me puedo perseguir con calorias ni sandeces. Toca disfrutar de los parientes que están y recordar a los que se fueron, incluso, a los que se recortaron de las fotos. El efecto guillotina es fulminante. Nada de photoshop. Hace falta una dosis grande de paciencia, pero sobretodo, alegría, para que se enciendan las luces. Eso sí,  de la cara no me quejo, ni una arruga me queda.


20/12/2022

MI MADRE ME QUIERE SEGUIR EN TIKTOK

 

Una cosa es que tu madre te siga en Instagram.  Bueno.  La bloqueas en las historias y solucionado el incidente. Superado. Es importante que vea que tú sí ves sus historias cuando se hace la moderna y publica algo. Punto. Facebook es cosa del pasado. ¿Que te pide amistad?, aceptas sin problema. Ella comparte fotitos familiares, alguna felicitación a sus amigos de la infancia, pones corazoncitos y un me gusta y le das un poco de cancha. Con eso hay paz. Más que el día que recoges tu habitación. 

Pero en TikTok no. ¡Hasta ahí podíamos llegar!. TikTok son tus cosas, es la puerta de tu habitación. No señor. Te has buscado un apodo genial. De tan bueno que hasta que has conseguido que te identifiquen tus amigos de verdad, han pasado un par de meses. Nadie sabía que eras tu. Y de pronto, ¡zas! Tu madre ha descubierto TikTok y en cuestión de segundos te encuentra y te localiza. Vamos a ver, que yo no hago cosas malas en TikTok, que sé que no me van a regañar ni a detener, ¡pero que no me apetece! Punto. Tengo dos cuentas, en una están solo cuatro gatos, se me acumulan las solicitudes de seguimiento. Porque me da la gana. Y de pronto, mi madre. ¿Pero cómo me ha encontrado? ¿Cómo sabe que soy yo? ¿Será posible?

Al final tenía razón mi primo cuando éramos pequeños y me preguntaba tras alguna trastada "¿pero cómo los sabe tu madre? si no estaba, ¿es maga?" mamá le decía que tenía ojos en el cogote, y él los buscaba con empeño. Va a resultar que sí, que es maga mi madre, si digo bruja va a parecer que no la quiero. Es una bruja buena, como el pirata honrado del poema. Tiene poderes, y sabe cosas. Sabe cosas de mí que no podría saber, porque yo no las he nombrado nunca, pero es que ella las siente. Sin ver.  No es que pueda predecir el futuro ni cosas de esas. Pero si yo no me encuentro bien, ella lo nota. Si estoy triste, a tres mil millones de kilómetros de ella, a punto de llorar, me llama. Y no me pregunta un que tal normal y corriente, me deja desplomarme en su cobijo. Abre sus brazos de carne blanda para que no me haga daño al caer. Y es que las madres son como las nubes, están blanditas para que puedas refugiarte siempre en ellas, y ya no te duela nada. Pero en TikTok no te acepto, mamá.

19/12/2022

UN VINITO




Hay quien es muy de tomarse un vino él solo y hay quien no. Esto no es cosa de chicos o chicas. Es de cada uno. Yo un vino no me lo tomo sola, ni en casa. No es una norma, pero tampoco es broma, es que no me gusta beber sola. No me gusta nada. En ninguna parte. Necesito testigos. Tomarme un vino sola en casa y parecerme que lo estoy haciendo a escondidas, es todo uno. Como si no estuviera bien (¿pecado? ¿delito?). Esas imágenes bucólicas y pastoriles de las películas americanas en las que llega una señora a casa, lanza los tacones a una esquina, se arremanga a hacer el pollo al horno para Acción de Gracias y se sirve una copa de tinto. Sola. Inimaginable. Especialmente porque además de sola se lo toma solo, sin unas patatas ni unas almendritas. Beber para celebrar. Eso mola. Beber sola en un bar, si es terraza, con el periódico, ¡just waiting on a frind! todavía. Pero ¿en la barra?: me parece que estoy buscando guerra, o compañía, no. No es justo echarle la charla al camarero, ni con logros ni desventuras. Se mezcla el que está currando con el ocioso, un abuso me parece, no va con el sueldo ni con la caña.


A mi padre le encantaba, en Navacerrada, ir "al" Paco a media tarde en verano. Si estaba libre, elegía la mesa de la esquina, donde la sombra es más tupida y el aire de la plaza de la Fuente de los Angelitos, directo del monte, se junta con el que viene del Embalse. Desde esa mesa se ve la Maliciosa. Si desde casa se hubiera visto la Maliciosa, otro gallo habría cantado. Esa montaña tiene un especial imán. No se cansa uno de mirarla, sus aristas, su nieve, los tonos cambiantes de gris de sus faldas, según la luz y el día. Padre se sentaba allí y se empapaba de vistas y costumbres. Nos gustaba, a las hermanas, ir a verle, a su abrigo.  Nunca estaba solo. Con su enorme presencia.  Con su voz.

Mi amiga Angelita es abogado de reconocido prestigio, con fama de pertinaz en los jugados. Mi amiga Angelita es de las que acaba el juicio, recoge, se deshace de la toga, saluda, procede como sea oportuno con defendido, señoría, y demás letrados y se despide rapidito. La encontrarás en una terraza, cerca de los juzgados, saboreando su Marlboro y un Rioja con unas aceitunas. Sola. En su mundo. Casi no le hace falta ni lectura. Disimula mirando algún dispositivo. O no. Es su momento. Mi amiga Angelita es menuda y muy discreta, lista como el hambre. Provista de recursos y ocurrencias para dar y tomar. ¿Cómo no la temerán? 

Sin embargo, Iñigo, su marido, no se sienta en un bar solo ni para tomar café. A Andrés,  en cambio, la soledad en los bares le importa un comino. No busca socializar. Cuando viaja, selecciona en seguida, no solo  establecimiento, si no la mesa, siempre mirando a la puerta, lejos de ésta y de los baños. Y algún que otro capricho que se le antoje. Va solo siempre.  Toma café.  Trabaja.  Le encanta hacer de los bares su despacho provisional. Come. Se toma un vino. Cena, normalmente en el hotel, solo. Aunque conozca a la mitad de los alojados porque ha viajado a Tombuctú a un congreso de dedales, él se las apaña para bajar a deshoras y no coincidir con nadie. Ocupa la mesa con bártulos y espanta a los sociables. No es huraño. Le gusta su momento. Sus cositas. Ea. Me voy a tomar un vino, a mi aire, en la terraza, con un pitillo, que ya toca. Bimbo me acerca la pelota, no ve el momento de salir.




18/12/2022

NO ES BUEN DÍA

No es buen día hoy. No ha ocurrido nada especial. He soñado algo que se ha desvanecido al sonar la alarma. Ni bueno ni malo. Quería recordarlo, para entender. Pero se ha ido. He intentado engañar al despertar, he vuelto a la posición de sueño tratando de atrapar el sentimiento. Ni las intentonas, ni la modorra fingida han servido para recuperar las emociones que, crudas, se presentan cuando no estoy alerta. 

Después, las cosas se han complicado. Hacía frío, o calor, no me acuerdo. Lo cierto es que estaban apagadas las luces, por mucho que avanzara la mañana. Ese sol cobarde de invierno que no era capaz de atravesar la espesura negra de las nubes cargadas que amenazan tormenta desde el oeste. No llovía, o sí, no lo recuerdo. El agua de la ducha quemaba, o salía fría, no recuerdo. 

Se me ha juntado el desasosiego en el estómago. No tenía hambre,  o sí, no me acuerdo. He tomado un café, y estaba muy fuerte, o "aguachirli", no me acuerdo. Quizá se había acabado el café, ¿o era te?. O no quedaba leche, o sí. No me acuerdo. El caso es que se me ha enganchado la pena en la parte alta del estómago, en la boca, y ha subido deprisa por dentro. Me atenaza sin aviso, la garganta, el cuello se hace árbol. Me recorre en un escalofrío, por los brazos, y de los dedos me saltan chispas. Se me tapan los oídos, se me llenan de lágrimas los ojos sin que pueda hacer nada para evitarlo. ¿por qué? ¿por qué? Aprieto los dientes, me levanto, ando, corro, y la pena me sigue. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado hoy? ¿qué, de especial? ¿Qué, distinto que ayer o mañana? ¿O es eso? Que no hay nada diferente.

Temo que sea una señal, temo que algo malo vaya a suceder; entonces la angustia se centra en la laringe y no puedo ni tragar mi propia saliva. Es un torbellino mi interior. Me estallan los oídos. Una cascada de miedo desemboca en mis sentidos. No estoy enferma. Es la angustia. Debo domarla, no dejar que cristalice en mí. ¡Demonios! ¿De dónde viene? No pasa nada. Me miro desde otro lado, muy lejos, para buscar distancia. Me quedo pegada a mi misma, sufro de adherencias múltiples. Un asa intestinal, se me ha hecho un nudo, literal. Salgo a trotar, como un caballo, libre, por las aceras mojadas de Madrid. Que este musgo no me haga patinar. Dios. ¡Que no me caiga ahora! Porque no voy a saber levantarme.

¿Qué ha desencadenado este desastre? No lo sé, una foto, una noticia esquiva, la Navidad, un gesto del portero o el taxista, la cajera del súper. Todos han sido amables. Mi cabeza da vueltas. Estoy centrifugando. Ya no puedo parar. ¡Todo vuelve a empezar! En el jardín del Sorolla no hay nenúfares de los que hablar en mis poemas. Papá, padre, madre, mamá, todos los que os habéis ido. ¿Dónde estáis? 

No quiero irme de compras ni pintarme los labios de rojo. No quiero un vinito ni una copa. Quiero estar bien ya. No puedo más. Me he puesto guapa, muy limpia y muy peinada. Muy aseada. Tacones y vestido. Las joyas de mamá, las uñas rojas y el abrigo de visón. La gente se vuelve a mirarme porque dejo un rastro  tormento por la Castellana. Se dibujan los meandros, buscando cota. No llueve. ¡Es devastador el daño que puede hacer la mente a veces! Y maravilloso lo que construye otras.

10/12/2022

VOY A SUSPENDER

Según de quién venga, no está bien la frasecita de "me ha salido fatal, voy a suspender". Hay que tener un respeto al que de verdad va a suspender. Eso de hablar por hablar es una falta de consideración. Si no te aguantas la angustia, búscate quien te escuche. Pero no a la salida de clase, donde todos te conocen. Te ha salido fatal comparado con el cum laude que te esperabas, vale. Pero no vas a suspender. Cuidadito que ofendes. En la vida hay escalas, y hay que tener cuidado con el escuchante. Porque como ya decía el genio, todo es relativo. Pero el suspenso es el suspenso y de subjetivo tiene poco. ¿Buscas consuelo? Entonces, no vale mentir.

Hay gente a la que le encanta ponerse la venda. Y suelen encontrar almas cándidas que les ceden sus hombros y sus orejas, y les abrazan. Seres generosos, con su propia historia, de la que no se quejan. Ese sufrimiento anticipado, cuyo objetivo es, que si luego todo sale mal, tu ya estabas preparado. No. Nunca se está preparado. Es igual que la tristeza preventiva. Por muy triste que uno viva la vida, mientras no tiene motivo; cuando el motivo viene, lo pasa fatal, mucho más fatal que todo lo que llevaba puesto en sus previsiones. De la misma manera sufrir por anticipado es una tontería. Otra cosa es ser un optimista alocado, tampoco. Pero si el vaso está a la mitad, puedes decir igual que está medio lleno o medio vacío, de ti depende, de mí depende. 

Esos que van escayolados por si se caen, se rompen igual la pierna, porque la escayola del sufrir no protege de los golpes de la vida, ni de la muerte, ni del olvido, ni de catear un examen. Por eso me gustaría hacer una petición, a todos aquéllos que aseguran que van a sacar un cero y luego tienen un nueve, que sean prudentes en sus comentarios. Porque no puede ser que pienses que vas a suspender y tengas todo bien. De un cuatro a un cinco, vale. Hasta de un cuatro a un seis. Pero del cero al nueve, no. Igual que deberán ser prudentes los que esperaban un nueve, sacan un ocho y lloran de injusticia. Ojito, que yo tengo un tres, no me vengas con tus gilipolleces -con perdón-. Que todo es relativo, sí; pero hay rasguños y heridas. Líbrenos Dios de esos compañeros de clase, que luego lo serán de trabajo, que van por la vida sufriendo por adelantado. A saber cómo son en un juzgado, quirófano, como profesores, vendedores ambulantes, peones de hacienda, o revolucionarios.

Por decirlo suavemente: estoy hasta la coronilla de tanto dolor anticipado. Dolor inútil. Sufrimiento absurdo. Tanta energía perdida en la desgracia que se avecina. Por un lado, si viene, vendrá y ya puedes haber sufrido, que te vas a enterar cuando llegue.  Por otro, en el sentido más práctico de la vida: ¿para qué? Y qué haces con todo ese dolor que has padecido cuando podías estar tan contento, no digo ya feliz. No tanto. Pero bien, sereno, disfrutando de tu trocito de tiempo. Porque cuando estás en modo tristeza preventiva o sufrimiento por adelantado, no disfrutas, no puedes. Y encima haces polvo a los demás. ¿Qué ganas? "Te lo dije". Como los pingüinos de Madagascar. Eso sí que es triste.

NO ENTIENDO

 
No entiendo muy bien el asunto de los indultos y rebajas de penas. 

Me da la sensación de que se habla en unos términos que afectan solo a unos cuantos. Es decir, la malversación de fondos del estado tiene excusa según. ¿Según qué? No entiendo. Depende del fin u objeto de esa fechoría. No entiendo. Eso les afecta solo a quienes manejan esos dineros. Esos que, una súper ministra dijo un día que no eran de nadie. "EL DINERO PÚBLICO NO ES DE NADIE". ¿Cómo que no es de nadie? No entiendo. Pero sea de quien sea ese dinero, según un pesoista ilustrada, resulta que hacer el gamberro con él,  no quieren que esté  penado. Según. Quizá  Doña Carmen, de ilustre apellido, quería decir lo que dijo. Quizá es lo que piensan todos estos gobernantes. No entiendo. Si los políticos hacen fechorías con ese dinero público que está ahí por arte de magia,  no pasa nada. No entiendo. Conocemos todos empresas y personas que utilizaron dinero propio, no público, para protegerse del terrorismo en épocas convulsos y fueron castigados por ello. La manera de protegerse no se ajustaba a cánones de legalidad, cierto.  Y merecido reproche. Por saltarse la ley. Recuerdo un gobierno que también fue semiencarcelado por luchar de manera muy poco ortodoxa, y utilizando fondos públicos (reservados) contra ETA. ¿Entonces? No entiendo. ¿Se puede usar dinero público para atentar contra la constitución, contra el estado? ¿Y dinero privado? Acaban de detener en Alemania a un grupo que pretendía un asalto al estado, con fondos propios. Si se hace con dinero privado es malo y con el de todos, no. No entiendo. Si se mete la mano en la hucha del estado para hacer cosas que están en contra de la ley, está uno exento.  No entiendo.

Entonces, ¿se puede apañar la ley para que yo, que lo que quiero es comprarme una casita en Navacerrada, robe la pasta que necesito y no sea delito? Son migajas comparado con lo que se han gastado esos que se quieren ir de España y metieron la mano en la caja. Si hago eso, voy a la cárcel. ¿Verdad? 

Por otro lado, tampoco entiendo que haya un límite a partir del cual un político deba explicar su enriquecimiento mientras su ejercicio dure. No entiendo.  Una asistenta,  si gana su sueldo de más de tres pagadores, tiene que contratar a una asesor fiscal para que hacienda no le haga pagar un dinero que no tiene.  Y no porque lo derroche, es que no le da. Una empresa es penada por  tener en plantilla falsos autónomos.  A lo mejor, quieren ser autónomos.  A lo mejor, no son falsos. No entiendo.  Sin embargo un político se debe enriquecer con una cantidad superior a un cuarto de millón de euros para que se le exija explicación.  Osea, que si su patrimonio aumenta de una u otra manera en más de esa cantidad a base de un dinero que no se sabe de dónde viene, alcachofa. No entiendo. 250.000€ es mucha pasta.  No sé si son cinco años el periodo de "adquisición". Mucho me parece. El personal de a pie no puede usar billetes de 500 porque vienen de dinero negro, ha de pagar factura cuando le arreglan un grifo,  para que el iva vaya donde tiene que ir y un político puede levantar 50.000 pavos al año sin que nadie le pregunte. Y sobretodo sin que Hacienda le haga una paralela y le cruja. No entiendo nada.

A mi me parece bien que se proteja al gobierno, sea del color que sea. Ser ministro del interior, eso no tiene precio. Alcaldes, ministros, parlamentarios, merecen un sueldo más alto que futbolistas y cantantes o cocineros minimalistas, de esos que no te dejan ni hablar cuando comes en su restaurante. Pero ese es otro asunto. Por 250€ hablo y fumo cuando me da la gana. ¡No fastidies! El caso, la cosa es, que no entiendo. De verdad.

08/12/2022

TRISTEZA PREVENTIVA

¿Qué es la melancolía? "Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada."

¿Acaso no tiene mucho, patológico o no, de tristeza preventiva? Casi parece estar en otra escala, en un mundo paralelo al de la melancolía. ¿Pero que es la melancolía si no tristeza preventiva?

Cuando oigo la palabra melancolía, inmediatamente me traslado a un jardín romántico, como podría ser el capricho, o el escenario del amor entre Sabrina y el golfo señorito. La melancolía me lleva a un cenador, donde una mujer vestida de blanco y puntillas, espera y desespera, sentada en el quicio del murete que cierra el espacio, espera y desespera. No sabe si ha llegado el amor o quizá haya equivocado señales. La inquietud le devora por dentro y casi se olvida de respirar. La melancolía me lleva a sauces llorones que lamen la orilla. La melancolía me lleva a pies desnudos que aplastan el rocío. La melancolía me lleva al otoño. El campo tupido de curry, de castaño. La melancolía me lleva a lecturas de chimenea. La melancolía me lleva al olor del fuego y una manta de lana que cubre los pies descalzos. La melancolía me lleva al mar, observar las olas castigadas a no descansar nunca. La melancolía me lleva al cielo, donde las estrellas envían mensajes de esperanza. La melancolía me lleva a noches al raso,  pidiendo deseos al espacio.

Y es que lo malo de la melancolía no es solo el ser melancólico que la padece, lánguido en su cheslón. Que bastante tiene con lo suyo. Pero ¿y quien aguanta al melancólico? Porque, poco se habla de él, cuidador, amigo, amante, padre, hermano. Poco se habla de ese que tiene cara de oreja y no hace si no ver como el melancólico se zambulle en esos periodos suyos de inmensa pena. Esas épocas de lágrimas y olvido, de tristeza preventiva hacia el futuro incierto. Del por si acaso, me tapo, aunque no haga frío. Ya vendrá, y es que el frío, como la muerte, viene, solo es cuestión de esperar lo suficiente.  Devora el melancólico al amante y al amado, devora su alegría, su apoyo, devora su energía. Y lo sabe, y se acurruca un poco más entonces en ese espacio que conoce también, su escondite de lágrimas y oscuridad. Rechaza todo ofrecimiento de ayuda. Nada quiere, nada le vale. Si le animan a salir, se niega a hacerlo por miedo a qué habrá más allá de su refugio. Si no le llaman, hartos de negativas, son señales que corroboran su hipótesis. Si le hablan, no se siente capaz y si no le hablan, reafirma su soledad. Y esas razones que eran un escudo se vuelven motivo cierto de su estado de irremediable tristeza. Y el mundo ratifica su pena. 

Está triste el alma de la reina del Misisipi. ¿Y el alma del rey? Sedimentos salados en la historia de una vida cargada de tristeza preventiva, que si se espera lo bastante, en vez de desaparecer, se queda sin adjetivo. 


05/12/2022

HAY VIDA DESPUÉS DE TI

Es una vida distinta, pero hay vida después de ti. 

Hay un vacío que asusta, pero hay vida después de ti. Ni quiero llenar el vacio. Es una traición en sí, hacerlo desparecer. Mantengo esa fidelidad al hueco que dejaste.  Sin capacidad alguna para alterar ese espacio donde sólo quedan ecos del recuerdo.

Hay mucha, muchísima pena, pero hay vida desde ti.  Hace frío, sí, pero hay vida después de ti. 

Poco a poco se llenan los rincones, que fueron tuyos y ya no lo son. Se llenan de nada Poco a poco los recovecos de la memoria que estaban poblados por tu olor, por tu presencia, por tus palabras, se han ido vaciando. Hace mucho que no estás. Pese a mi persistencia, al cabo prevalece el olvido. Y esos huecos se llenan de vacío. Como no podía ser de otra manera. Pese a mi pertinaz deseo de mantener el recuerdo, los días han pasado y aplastan poco a poco esos tesoros que yo guardaba. Esas palabras bellas, esos ojos,  tu voz, tus atropellos. Todo lo he echado tanto de menos. 

Poco a poco el tiempo acumula sedimento sobre el recuerdo. Y me da susto el olvido.  A la vez que lo deseo, para que el dolor sea menos. Para que no sea tanto. 

04/12/2022

LA LECHE QUE SE HA "DAO"

Solo hay dos tipos de personas, las que se caen y las que son espectadores de caídas. Afecta la propiedad conmutativa. Hay quien abusa de la primera condición. Igual que quien lo hace del error como método para el aprendizaje, no se debe abusar. Será por torpeza, las prisas; su carácter, coyuntural o estructural, despistado. Las razones son muchas: "iba pensando en mis cosas". "Perdía el autobús". "No llegaba al cine". "Entraba tarde en la reunión". “Me llamaron por teléfono”. “No llevaba las gafas puestas”. “Estaba mirando a la luna”. Todos válidos y tan absurdos los unos como los otros. En muchas de esas circunstancias la pretensión era pasar desapercibido, disfrazada de lagarterana, mimetizado con la pared, el asfalto; escondido en pleno escaparate y ocupar tu sitio sin ser visto. Nada más lejos del resultado, que es convertirse en el centro de atención. "¿Estás bien?" ¡Cómo voy a estar bien! Quiero desaparecer, carrasparra cartapacio, me disuelvo en el espacio. ¡Papáaaaaaaaaaaaaa! ¡Mamáaaaaaaaaaaaaa! ¿Dónde estáis ahora? Por lo menos para poder contaros. Mientras, el amable desconocido, el compañero de viaje, sostiene la risa, aguanta la carcajada, lo ha visto todo en cámara lenta. Le podía haber pasado a él. Es una putada, pero no puede evitar que le haga gracia. Por eso se agacha tapando su vergüenza por su absurda reacción que le provoca hasta temblores.

La situación siempre es la misma. De pronto alguien se pega un porrazo. De los buenos. Y otro es testigo. El que se cae, quisiera estar solo en el mundo y llorar a gusto, que le teletransporten a un hospital porque además del orgullo y la vergüenza, le duele hasta el alma. Lo ha visto entero: él mismo se ha liberado de su torpe corpulencia y desde un ángulo perfecto ha diseccionado en fotogramas el trompazo. En esa milésima de segundo que separa la situación de equilibrio del trastazo, se ha dado cuenta de todo; se caía: un adoquín roto, ese escalón que ha olvidado, el desnivel; la esquina arrugada de la alfombra; una hoja que el otoño ha desvinculado del árbol y tapiza, mojada por el rocío, la acera. El que se cae visualiza el trompazo antes casi de que empiece. Ese cordón suelto del zapato, la suela lisa que ha favorecido el patinaje, ese zapato inadecuado para el día. ¡Y zas! Tan largo como eres, tendido acabas, de bruces, manos en aspa. Nariz rota, mano escacharrada, codos espachurrados, húmero en trocitos. ¡Estoy bien, estoy bien!

Una vez en el suelo pasan las imágenes del sucesos, las viñetas animadas, que accionas con el dedo en la esquina del librito y reproducen el suceso. Del antes, del por qué, del durante. Es una actuación, dijo mi madre. El cuerpo mismo te dice que ya está bien, que como tú no eres capaz de ver y nombrar lo que es evidente, te lo tiene que decir él. Te frena, te zarandea; para que mires de una vez de cara a lo que te rodea, lo que te pasa. Tuya es la decisión de hacer caso o no a la advertencia. Si no, volverás a caerte, hasta que te pares. 

Enseguida se acercan los espectadores, conteniendo la risa. Porque las caídas fortuitas siempre provocan hilaridad. Tú te has recompuesto, como si nada. No sabes dónde están tus gafas, la falda estiradita, que no se te vea nada. Una carrera en la media, es lo único que te preocupa. Eran nuevas. Un roto en el jersey que me habías regalado, tan suave, tan bonito. Sí, sí, estoy bien. En caliente solo te duele el orgullo. Pero el amable y dispuesto caballero que tiende su mano hacia ti, una vez calmado su instinto inicial que hace comedia del absurdo, insiste en ayudar. Tu sonríes, “estoy bien” y quizá te sangra la nariz, la rodilla derecha te late. Pero solo quieres salir de ahí, que nadie te haya visto, saltarte el último minuto.

Puede que no sea en la calle, sino llegando al cine, a una cita, una reunión. La cena, a la que en realidad no has llegado tarde, y además ya da lo mismo, la puntualidad se ha interrumpido con tu planchazo y los relojes se han parado. La sopa no se enfría. Has lanzado todos los papeles, se te ha abierto el bolso y tus secretos esparcidos sin pudor, están siendo cortésmente recogidos por los invitados. Si tienes tablas, quizá te retires un segundo y te atuses en el baño, y pasas el trago como puedes, ya te dolerá luego. 


02/12/2022

EL SOL NACIENTE


La selección de fútbol japonesa. Ese gran desconocido. Entre risas cantan los animados comentaristas deportivos los nombres de la alineación. Que, si todos se llaman igual, señala un experto en el balón. Un futbolero, ex futbolista quizá; que ni conoce si dice
antes el apellido o el nombre. Muchos Itos. Que si será un apodo, que si un diminutivo, nombre común, tal se llamara Paco. Me parece que vamos a tener que estudiar un "poquín" de japonés. Visto lo visto. Son unas máquinas. ¡Cómo corren los tíos! Se lo toman muy en serio.

¿Y esa alegría ante el golazo contra España en la eliminatoria? Eso que fue un gol casi a traición. Un trallazo sin piedad. Si no fuera porque de un mundial se trata,  alguien hubiera tachado de abusón al matarife. Eso se avisa. ¡Que me habéis pillado distraído! No vale.  Poco se habla de la estrategia japonesa. Esa capacidad para hacerse invisibles, camuflados de césped y con la tensión justa en cada músculo, agazapados en un córner, en una línea. Corre por sus venas la disciplina. Cinco minutos después, ¡zas! otro. Entre la algarabía y el desconcierto por la duda de la validez no se puede sino admirar esa espera templada, mientras los expertos decidían desde todos los ángulos que las cámaras permiten, si de tongo se trataba (fuera de juego lo llaman). El retraso en el diagnóstico fue llevado con la calma de quien está preparado para movimientos sísmicos que rozan los máximos previstos por Mercalli y Ritcher. Esa compostura impecable del que anticipa el desastre cual león acecha en la sabana. Sin mover un musculo, sin que el aire mismo que le rodea, note su sólida presencia. Ese orden interior requiere una disciplina mental muy trabajada. Ante el resultado de los súper tacañones, la explosión de pirotecnia del equipo. Esos brazos de fibra pura que parecen a punto de reventar camisetas se juntan en un bloque de júbilo y celebración. Y en las gradas, más de lo mismo. Tras el derroche en la vestimenta,  las caras pintadas, las banderas, dejaron el estadio como una patena. Organizados y con exquisita disciplina recogieron su alegría y se marcharon. Con respeto y pulcritud,  la misma de la gheisa, de la ceremonia del té,  del jardín impoluto que parece sacado de un cuento.

Poco se habla del color del pelo de los futbolistas de la selección nipona. ¿Será para distinguirse entre ellos? Oigo a una señora que le comenta a otra mientras hacemos cola en la pescadería. Un amigo mío de manos grandes y dedos de jugador de baloncesto, esto es, formando curiosos ángulos las falanges entre sí, me dice, para marcarles, vas listo, a ver cómo sabes quién es sin ver el número de la camiseta.

Fiesta en Japón, pequeño país, ojito con él. Que ya nos han conquistado el estómago, han desplazado la pasta y la pista de la comida rápida y se han colado en todos los menús de los restaurantes de lujo. Quien no sabe comer con palillos no tiene nada que hacer. Veremos cuál es la próxima conquista.



01/12/2022

CLAUDIA, SOY RODRIGO

El asunto de los colores y los estereotipos en cuanto al sexo es, valga la redundancia, asunto no baladí. Creo que no tanto se trata de imponer sino de observar lo que hay y reflejarlo en el relato. Y no al revés. Porque lo es, es.

Recuerdo un día de septiembre, tras el largo verano infantil, los niños fueron apareciendo por el parque. Hacía calor y Madrid estaba casi vacío.

El parque era su lugar de reunión, el de los niños. Se había dado la circunstancia de que un grupo de padres llevaban a diario a sus hijos a  rebozarse en arena, tirarse por los columpios, jugar al escondite, aburrirse muertos de risa. La consecuencia es que no querían marcharse de su lugar de encuentro. ¿Hoy no vamos al parque? Como si del mismo Hyde Park se tratara. Cuatro acacias medio peladas aguantaban en el recinto vallado, con cuatro bancos de madera, papeleras rebosantes de restos de merienda y unos columpios muy básicos. Los mayores podían salir del recinto con el balón, Frisby, o motivo de paseo y conversación. La constancia y la complicidad entre los adultos hizo su magia y los niños se hicieron amigos, establecieron sus normas, ayudados por los padres con exquisita o bruta discreción, según. Y construyeron su pequeño mundo. Solo había chuches los fines de semana, salvo excepciones, que ellos tomaban como tales. Discutían la injusticia, pero aceptaban las diferencias. Ellos se organizaban los turnos, evitando abusos en los columpios. Ellos protegían a los pequeños y les defendían de los más brutos. Había padres  excesivamente protectores que eran, poco a poco educados y aceptaban no inmiscuirse más allá de lo estrictamente necesario. Había padres en el chiringuito, dando berridos a distancia, borrachos de coca cola y pretendida autoridad. Abundaban las cuidadoras, nuevas niñeras o "chicas", unas pasotas y cotillas, otras funcionaban como un niño más, revolcándose y jugando como y con los niños de los que eran responsables. Al llegar la hora de retirada, a pesar del cansancio, los niños disimulaban regateando minutos de amistad, miraban por si sus padres estaban entretenidos, para seguir jugando. El cambio de actividad nunca es grato.

En el parque un día apareció un niño chino tan gordo que no se sabía si tenía los ojos abiertos o no. Fue motivo de pesadilla para más de uno. En el parque a Claudia le enseñó su amiga, tan larga como ella, a atarse los zapatos. También le reveló misterios de los que no tenía sospechas, relacionados con la Navidad y los dientes caídos. En el parque no había consolas ni móviles. Una niña de rizos dorados recogidos con lazos de raso. Uniformes con coderas cuando se fueron haciendo mayores, faldas remangadas. Niños de pelo largo, más que el de muchas niñas. Afinidades elegidas en libertad, en un mundo ajeno a estereotipos. 

En el parque había familias numerosas, hijos únicos. Muchos iban merendados de casa. Botellas de agua compartidas, retando contagios, fortaleciendo inmunidades. Los juguetes se prestaban si se llegaba a un acuerdo entre dueño y peticionario con la condición de reembolso al día siguiente sin excusa. Ese era el trato. Sin clasificaciones de egoísmo para el que, por la circunstancia que fuera, ese día se llevaba su tesoro a casa. En el parque quedaban niños escondidos detrás de los bancos, esperando a que les encontraran. En el parque había marujeo y amistad. Yo, que tan poco frecuenté en mi niñez al parque, teniendo a mi vera uno que ahora es quinta; fui muy de parque, dejando de lado el desorden y la cena, que se apuraban mezcladas con los baños tareas. ¿Qué diría padre si supiera que la Fuente del Berro es ahora una Quinta? El parque de abajo, prohibido en mi infancia, es lugar de visita obligada, con los pavos reales, que cuando no les hacíamos caso, los había a montones y ahora están contados, machos y hembras. Las escaleras de huella de tamaño absurdo, en las que nos dejamos las rodillas, los patos de collar, la media luna, que debió ser en su día un cenador que albergó declaraciones y susurros; la cascada, mucho más elegante que ninguna del Retiro. Sí, la Fuente del Berro es Quinta. No así el parque de Chamberí, que no es ni parque. Pero lo importante son las personas. Como siempre. 

Un día de septiembre, con cierta cautela, se adentró Claudia en el territorio casi vacío del parque. Conocía cada esquina, cada rincón, los muelles rotos y las maderas con astillas. El seto donde esconder los más preciados tesoros y la casita conde Laura se hizo novia de Juan, tenían ya tres años. Eran mayores. Los niños del parque se conocieron cuando aun llevaban pañales, y alargaron su infancia de escondites con sus lazos.

Un día de septiembre entró Claudia en el parque. Vio a Rodrigo en la casita, sentado, esperando a que llegara algún amigo, a que se acordaran de él. Tres meses son mucho a los cinco años, a los seis. Entró claudia en la casita, y sin saludar, le dijo “¿jugamos a papás y a mamás?” Rodrigo contesto “Claudia, soy Rodrigo” Y Claudia se llevó la manita a la frente, en un “es verdad” y se pusieron a hacer agujeros en la arena y a perseguirse, hasta que llegaron los hermanos de la casa azul, uno fue con Claudia, el mayor, se tumbó en un banco ella y él era el médico, el pequeño traía unos coches que Rodrigo y él estrellaron tirándolos por el tobogán. Llegó Juan, que será notario de mayor, con las rodillas al aire, como en invierno y todos se reunieron en torno a él, traía montones de historias. Apareció Felipe, le habían regalado una sillita para muñecos cuando nació su hermana pequeña, él la usaba para llevar el balón de fútbol. Cada uno es cada uno y cada cual con su cadacuala. Forzar la vida no tiene sentido. La vida tiene su propio guion.  Deberíamos aprender de los niños. Ellos ven, miran dentro de los demás. Ni un jersey rosa hace femenino a un hombre ni un pantalón masculina a una mujer.  Pendientes y juguetes, coches y muñecas, son mismo.


25/11/2022

A MI NO ME HAN DETENIDO NUNCA, POR AHORA

 

"Alto o disparo. Queda usted detenido"  y después, una retahíla hablada en la que se mezclan los derechos y el abogado y el silencio. Hay que ser malo para tener un abogado al que llamar si te detienen. O no. A lo mejor eso de tener un abogado, que no sólo licenciado en derecho, dirían los puristas, es lo cotidiano. ¿Quién no tiene uno en su vida? Que no digo amigos, que eso sí, y hasta familia, que también. ¿Pero uno al que llamar cuando te detienen? No me veo en tal situación. aunque todo puede pasar.

Por ejemplo: El otro día fui al Zendal, a que me vacunaran, como soy trabajadora sanitaria, ya me toca la cuarta dosis. Y última. Que se vacune Rita a partir de ahora. Llovían sin tregua. De esos días de Madrid que el tiempo está para hacer vida sedimentaria. De esos días que al abrir los paraguas, éstos se dan la vuelta,  sin llegar a volar, o sí. Da igual lo que te pongas que acabas empapado. Uno de esos días. Uno de esos días que el que hay que alejarse de los charcos canallas que crecen junto a las aceras. Siempre puede aparecer un conductor con prisas en pasar el semáforo que no ve a los peatones que esperan. No solo llueve en la calzada. Las baldosas "mina" hacen las delicias de las tiendas de medias y calcetines. Uno de esos días. Llegar al Zendal tiene su mérito, y con la cortina de agua que te cubre lo visión, más. Tras dar varias vueltas sin saber dónde aparcar, decido dejarlo en un sitio. Busco la entrada peatonal, sin éxito. Salgo un par de veces al frío invierno. Al volver a cubierto veo una flecha que dice "vacunación". La sigo. Pero de pronto las indicaciones se acaban. Al lado de una puerta en la que reza: "prohibido el paso". Sé que no está bien, pero decido entrar. De la oscuridad del garaje sale una señora enfurecida, vestida de uniforme de guardia de seguridad. "¡No se puede entrar!" Me doy la vuelta y explico la situación, con relativa calma. Estoy hasta la coronilla. "Tiene que salir, y entrar por la puerta de al lado de urgencias". Le dogo que no voy a salir a la calle, que no pienso salir de ninguna de las maneras. Y que voy a atravesar esa puerta en la cuelga un cartel de prohibido el paso. "¡Señora, la voy a detener, está usted cometiendo un delito!" No sé si será o no delito, pero sigo, acciono el pulsador, es una puerta de barra y abro. Le digo, "no tiene usted humanidad". Me siento desamparada y sola. La guardia de seguridad se me acerca a la carrera, trotando, yo sigo. Hoy me vacuno, caiga quien caiga. Al ver que soy más rápida que ella, que no se la ve muy deportista y además lleva encima el peso de la ley, que es mucho, recurre a su transmisor, que le cuelga del cinturón. Da aviso a todas las unidades de la presencia de un intruso. Al llegar a la sala de vacunación, me están esperando tres guardias de seguridad que visten el mismo uniforme que la señora del garaje. Con un poco menos de mala idea, me repiten que he cometido un acto ilegal, accediendo por un prohibido al interior del hospital. No saben si llamar a la Policía. Que espere un momento, tienen consultar con el personal médico. No quiero decir que yo también lo soy, me muero de vergüenza. Sale una enfermera muy dispuesta de la zona de boxes y le ponen al día de la situación. Me mira compasiva y se retira a deliberar. Me dejan sola con los armarios que van disfrazados de guardias. "¿Señora, quiere una silla?" Me pregunta solícito uno de ellos. "¿Para qué quiero una silla si me van a detener?" Es lo único que me viene a la cabeza. Finalmente la enfermera aparece, me coge del brazo, hace un gesto a las autoridades y me vacuna sin mediar palabra. No vuelvo.

Otra vez me pasó, también cerca de un hospital. Iba a recoger a mi madre, le daban el alta. Esperaba en un semáforo cuando por el espejo retrovisor vi que detrás de mí había un coche de policía. Será mi mala conciencia, pero yo cuando veo a la policía siempre pienso: ¿Qué estaré haciendo mal?. Siempre creo que soy yo. Al ver el coche, estar cerca del Hospital, pensé que algo pasaba, incluso creí ver que encendían las luces. Era un sábado a la hora de la siesta, no había nadie en la calle. Como muy buena ciudadana que soy, me salté el semáforo, para dejarles pasar, puse el intermitente y me dirigí hacia una calle donde hay un parking público. El coche me siguió, las sirenas sonaban más fuerte; como buena ciudadana, me volvía a saltar el segundo semáforo, para dejarles pasar. Así hasta llegar a la entrada del aparcamiento, donde me detuve. Para mi sorpresa el coche de policía seguía detrás de mí. Cuando estaba cogiendo el ticket salieron dos maromos, pistola en ristre. Alto o disparo. El encargado del aparcamiento, viendo que había tomate, salió a mi encuentro. "Es mejor que haga caso señora, no entre" Cada agente se me acercó por un lado. "¿Dónde va?" A aparcar, dije, voy a recoger a mi madre del Hospital, que le dan hoy el alta. "¿Pero no se da cuenta de que ha cometido usted tres infracciones muy graves en 200m?" yo me excusé con el tema de las luces y la sirena. "¡Se las estábamos poniendo para que se detuviera!" Me dejaron ir, la cara que debí poner sería un poema. Mi madre esperando.

Y la tercera, que no será la última me pasó el otro día. Me fui a pasar cinco días a Praga. Ciudad maravillosa, como Segovia. Como Segovia pero con música.  Uno de esos violinistas se sentó en nuestra mesa en un café. Le alabamos el arte, y nos propuso ir a escucharle a Kłodzko donde daría un concierto al día siguiente. Es una ciudad polaca muy cercana a la frontera, conocida por su belleza como la pequeña Praga. Estábamos los viajeros en ese humor de sí. Así es que sacamos los billetes y allá que los fuimos, en autobús. El problema fue en el viaje de vuelta, que se equivocaron al escribir mi nombre. No me di cuenta hasta que me pidió el conductor mi DNI, me dijo "¿María Luisa?" Yo le mostré el documento tapando mi nombre, atemorizada. no coindice más que una a. Pasé la prueba, ni se fijó. Pero al llegar a la frontera se me congeló el aire, no podía respirar cuando entró el ejército en el autobús y nos obligó a bajar. Ya estaba visualizando mis próximos años, del calabozo a la cárcel, y de una a otra prisión, me mandarían a la guerra, creerían que era una espía. Son entender ni una palabra en todo ese viaje. Ningún consulado ni embajada contestaría a mis llamadas y acabaría en Siberia, deportada, al menos, delgada. Volvimos a subir  a sentarnos en nuestros asientos y el "capitán" dijo "¿Felipe?". Felipe me sacó de mi pesadilla. No había ningún Felipe y seguimos rumbo hacia la bella Praga. ¡Qué momento!.



21/11/2022

EL VIAJE

El viaje en solitario en avión tiene un punto crítico, que es la asignación de asiento. No tanto importa el asiento propio, como el del vecino. Uno debe decidir a veces entre pasillo y ventanilla.  Nunca en medio. Eso te toca. La decisión, desde mi punto de vista, depende de la duración del vuelo. Si corto, ventanilla.  Si largo, pasillo. Por necesidades fisiológicas. Prefiero no molestar.
Una vez en tu asiento, por muy buen libro que lleve uno, por mucho que deba aprovechar el viaje sea para el descanso, sea para el trabajo; es importante el vecino y a la vez compañero de viaje. La proximidad, que afecta a todos los sentidos, provoca, a veces, el rechazo por preservar la intimidad. Por eso, hasta que no llega el compañero hay una suerte de tensión disimulada. De reojo se observa la fisionomía, el tamaño es importante, los flacos son siempre bienvenidos. El colmo es viajar en clases preferentes, donde por muy bien equipado que sea el vuelo, si no hay contacto, lo que seguro que se comparten son sonidos, y en 12 o 14 horas de viaje por mucho que uno se haga el muerto, los ruidos son parte de la intimidad más íntima. 

La suerte o desgracia puede colocar a una divina, que viaja con mallas y zapatillas de deporte, calcetines calentadores; embutida en sudadera a juego y chaleco michelín de lorza estrecha. Se sienta, infla una "u" que le sirve de almohada y sujeta su cuello. Gafas de sol que se retira para colocarse un antifaz opaco, gorra de béisbol sobre coleta prieta, visera caída sobre el rostro. Antes del cierre de puertas ya está disfrazada.

Te puede tocar la parejita que no para de toser. Y tú, sin ser paranoico de la mascarilla, te revuelves en tu asiento. Porque la parejita no para de pedir cosas desde antes que se cierren las puertas. Que si agua, un caramelo, que no me pasa la carraspera. Y llevan, además, un surtido de galletas, bocatas, picos ¡Hasta aceitunas!, en una bolsita. Son muy ecológicos.  Todo lo guardan, todo lo envuelven. Se ofrecen cariñosos uno al otro viandas. Comparten auriculares entre tanto para ver una peli. Y la mascarilla, él por debajo de la barbilla, ella colgando de una oreja. Entre los sorbitos a la botella,  ahora me como un caramelo, ahora un bocata de jamón, no les da tiempo a ponérsela. Tanta tos llama la atención de la fila de delante, de la de atrás y de medio avión. Que no se les pasa. Y no se tapan. Eso sí, los azafatos llevan puestos los ojos de no ver. Han pasado 50 veces a su lado y no han dicho esta boca es mía. 

Te puede tocar un viaje de mayores, muy mayores. Ya apuntarse un viaje al inserso es vivir la senectud sin complejos y aceptar y aprovechar lo que la edad supone de ventaja. Ellos vuelan con la energía y puntualidad de la primera vez. Muchos han empezado a volar en esa etapa de canas y calvicie. Ligeros de equipaje y cargados de historias que no llegan a destino porque en la espera ya las han compartido con conocidos y extraños.  Poco les importa el dónde van. Es la aventura.  Es el alojamiento. Son los paseos. Si tendrán la fuerza y los zapatos adecuados. Las escaleras y las medicinas que llevan preparadas. El idioma tanto les da. No tienen edad de preocuparse, ya se harán entender.  Les inquieta cómo quedan los hijos y los nietos.  ¿Se apañarán sin ellos? Da gusto un viaje con un equipo veterano. Son la mejor compañía. Los que se quejan no viajan, lo hacen los entusiastas. Que les da todo lo mismo. Con igual atención visitan Berlín que Amman. Van en primavera a las playas de levante y en otoño a Canarias. Cambio de maleta.

Lo que casi nunca toca, como compañero,  es el amor de tu vida. A veces sí. Antes, que en los mostradores se controlaba la situación,  ya lo imaginó David Lodge en el "Mundo es un pañuelo", hacer parejitas en los vuelos transoceánicos y a ver qué pasaba. El mundo que imaginaba D. L. era siempre divertido, ya fuera manta o pañuelo, terapia o confesión.  Pero eso es harina de otro costal, el humor inglés que hacía saltar los puntos de las heridas de mi padre, convaleciente y pasándolo bomba con la lectura. 




18/11/2022

VERDE TOSCANO

¿Será que la lluvia se acaba en Pirineos? ¿Será que por debajo del Ebro ya no hay agua? Las nubes se levantan y a excepción de unos trozos del norte de la península que se mojan. Que si vas a Santander, no te olvides del paraguas que no para de llover. De esa cordilleras norteñas no pasa ni una gota. Al menos ordenadamente.

Así, llega el viajero a Italia en otoño y descubre los matices del verde. Que el verde es vida y alegría, que verdes hay tantos como días. Que verdes se diferencian en el horizonte y estructuran el paisaje. Que verdes se dibujan las líneas que separan los prados y los huertos. Que verde es la geometría de la Toscana, que verde, Emilia Romana. Que verde es Italia, que verde que te quiero verde, verde aceituna, verde plata, verde otoño. 

La transparencia de los álamos que se alimentan en la ribera acongoja el espíritu. Corre el aire entre las ramas que las fechas empiezan a desnudar. La niebla que acobarda la superficie del río, arriesga a manar. Cual de un fantasma se tratara, un tono blanco de nube limpia se agarra a la blanda tierra de la ribera. Protege el cielo al suelo lleno de vida, rico en cultivo. Trasluce el amanecer, corre la jornada y anoche a escondidas. Todo en un lapso, en un instante. Pasan los días que la belleza embarga, que la tibieza embriaga. Verde crudo de rocío, sin abrigarse, tapiza las mañanas. Hasta en el bronce de la escultura resalta el óxido del olvido,  verde olivo.

La bienvenida alegre de los cipreses lápiz. Cortejan caminos, acompañan y guían. El albero de las fachadas agujerea las colinas. No es de extrañar que se concentren maestros del arte en estas coordenadas. Da la impresión de que cada momento debe ser guardado para su recuerdo. Por eso, genios de la pintura se acercan al verde toscano, que ni es vino, ni forestal, ni verde botella. Es un verde toscano que abarca del pardo al más oscuro. Siempre verde esperanza. Los maestros captan trozos de esa belleza perdiéndose mirarla en paz y disfrutarla sin retenerla, con tal de hacerla eterna.

Luego está lo urbano, de lo ya habló Stendhal, con su síndrome. ¿Qué no puede ser bello en ese entorno? ¿Quién osaría a alterar el flujo, la energía que transmite el paisaje, cada rincón? Es en honor del campo en el que se asienta, que nace cada pueblo, que cada casa se alza, respetando el olor, respetando el color, reverenciando la suerte que supone abrir los ojos cada día entre tanta belleza. Si colina, colina, si rivera o esquina de un convento, cada espacio es único, un lugar de reverencia, de recogimiento. Verde que te quiero verde. Como verde eres tú. 

11/11/2022

LAS NOTAS

Te ponen un cuatro. El disgusto es morrocotudo.  "¡No, es que no hay que dar tanta importancia a las notas!"  Dice el revenido profesor. “Pues ponme un ocho. No te digo ya un 10, o un nueve; ¡no tanto, maestro! eso se los dejo a quien que sí da importancia a las notas. No es mi caso”. Yo, que no le doy mucha importancia, me conformo con un siete, y no me importaría tener un 8 en vez de un cuatro.” ¡Coño! Que no anima un cuatro a nadie. “Te pongo un cuatro y así te esfuerzas más para la próxima” ¡No! "Felicidades, se nota que has estudiado, 4.9".  Encima con cachondeito. ¡ERROR!, ponme un 5 y dime o "aprietas el culete y le das al pedalete" o la próxima evaluación la pencas, cate que te crio. Punto.

En estos tiempos de supuesto estímulo a la autoestima y consideraciones exquisitas enfocadas a la protección de la sensibilidad y soslayo del sufrimiento al menor, a la salvaguarda de su íntegra personalidad, fomentar que se desarrolle en libertad, que busque su camino, que sepa de sexo antes de que le inquiete siquiera. En estos tiempos confusos en que un niño no puede beberse una cerveza ni votar, pero sí decidir si es hombre o mujer, cuando aún no se le han quitado los granos de la pubertad; en estos tiempos de vida entre algodones, no entiendo cómo siguen machacando con las notas y compensando frustraciones a base de medicinas y tratamientos psicológicos. Parece que buscan encasquetar en cajones a cada uno, hacer clasificaciones con las que manejar datos, más que ocuparse, se preocupan. Hay tantos síntomas y patologías como niños, que si TOC, que si TDA, TDH. Acrónimos etiqueta que no resuelven el mar de fondo, porque mientras tanto el niño, jodido, con perdón. Al niño hay que tratarlo a lametazos, no es un experimento. Que los psicólogos están muy bien, pero los profes, algunos, han perdido el norte. ¡Que manía con machacar a los estudiantes! Es un la letra con sangre entra encubierto en buenísimo. En un cierra los deditos que vas a saber lo que es bueno, pero sin regla. Hubo una época confusa de transición en la que se prodigaban los "progresa adecuadamente" que desconcertaba a los padres. Pero la vuelta a la rigidez y calificaciones negativas por, por ejemplo, escribir asíntota sin acento en mates, es un extremo al que no se debe llegar. Evaluar solo porque se ha alcanzado el resultado correcto, en mates, es excesivo. El procedimiento vale, vale mucho. Cierto que, en la vida real, aunque sigas el procedimiento, si operas de menisco a un señor que venía con apendicitis, la has cagado. Pero a los 14 años, aun no tienes el bisturí.

En el cole, siempre pensé que se trataba de aprender, no de sacar buenas notas. ¡Qué manía de fastidiar la mejor época de la vida! Quedan muchos años para aprender cosas a base de sufrir. ¡Qué ganas de amargar existencias, asfixiar pasiones, amordazar la alegría! Para ahorrarle las faltas de ortografía, el remedio es la lectura, más lectura y no tachones en sus escritos. Y mucho menos, suspensos. Yo tenía un profesor de Electrotecnia que nos advirtió "el que escriba prever con más de dos "e", está suspenso”. No imagino el contexto en esa asignatura en la que se podía usar tal vocablo. Y desde entonces me fijo, hay gente que dice y escribe "preveer", "preever" e incluso "preeveer". Sabio profesor Fraile, pero ahí ya éramos mayores de edad (casi todos).

Como siempre, recurro a mi propia historia. No estoy segura de que mis padres vieran nuestras notas. Las miraban, sí, porque las cogían con las manos e incluso las firmaban, creo. Ahora a los niños, en algunos colegios, no les dan las notas hasta que tienen 12 o 13 años, son los padres quienes las recogen. Alucino. Las notas son del alumno, él es el primero que debe tener acceso a esa información. ¡Qué ultraje es ese de que yo mire que le han puesto “sobresaliente” a mi niño en Plástica! ¿quién me ha dado a mi vela para saber que mi hija ha tenido un 18? (Guiño a los liceanos y franchutes en general) ¡Qué ha sacado tres Aes! Y lo sé yo cuando ella me lo cuenta. No. Recuerdo el “mamá, ya me han dado las notas, prepara a papá” y la respuesta en telegrama, hoy sería un WhatsApp “papá preparado, prepárate tú”. La supuesta despreocupación por las notas en mi casa, en mi infancia y más allá; la atribuía a las diferencias entre los hermanos. A ese "cada uno es cada uno". Y el esfuerzo era lo importante. Incluso recuerdo un día en el que en el cole me felicitó una amiga, bastante gamberra -había provocado un incendio con otro niño porque querían hacer que parecieran pergaminos los trabajos de cartulina expuestos en clase-, me felicitó por no haber suspendido ninguna y me preguntó que qué me iban a regalar. ¿Una bicicleta? Había sacado notable en gimnasia, con mis largas piernas conseguí correr muy rápido por el patio cubierto.  Me quedé perpleja. Nada. En ese momento quizá pensé que mis padres no se fijaban en mí. Las cositas de celos entre hermanos. "¿Quién es tu favorito?" "Tú, mi vida". Y nos lo decían a todos. Y lo sentíamos todos, que éramos los favoritos. No era eso, no querían que me agobiara con las calificaciones, querían que disfrutara, que fuera niña. Eso sí que era cuidar el espíritu y respetar al niño. Lo fácil es regañar y premiar. Contenerse y no mostrar la preocupación ante una mala nota, no comparar,  dejar espacio, eso sí que es valiente. Te voy a querer siempre, te voy a querer igual, y demostrártelo cada día, que tú te sientas querido. No me defraudas, sé que te esfuerzas, eso es lo importante, digan lo que digan los boletines del colegio. "Pero papá, pero mamá". Nada, ni peros ni peras. Tu sigue esforzándote, que es lo importante. De otra manera no hubiera acabado de estudiar. La vida no siempre es justa, pero esa enseñanza es la buena, para mí.

Yo tenía un profe de mates que se llamaba Luis de Paz. Le sobraban motivos para habernos mandado a todos a la mierda. Por un lado, éramos incombustibles, rebeldes, contestatarios, niños, al cabo; por otro, él fue un aspirante a ingeniero que no ingresó, entonces una vez se ingresaba ya se adquiría el estatus de funcionario. En los tiempos en los que lo mismo daba que en el examen hubiera que hacer una integral triple que ir haciendo chingoletas desde Ferraz a la Escuela. Entonces Luis de Paz se hartó de intentar ingresar y se hizo profesor. Podía estar revenido, pero no. Pasión no tenía por qué suponérsele. Luis fue un magnífico profesor. Solo había dos números en sus calificaciones, el uno y el nueve. Ponía muchísimas notas, anotaciones, en su lista. Si hacías algo muy bien te ponía un nueve elevado a 999999, por muchos unos que te cayeran, era difícil suspender; pesa más un nueve a la nueve, que crece a toda mecha, que un uno a la uno, que se queda igual.

Me asusta ver a niños tan preocupados por las malas notas, angustiados no ya por suspender, si no por sacar menos de un ocho (16), pidiendo perdón porque han fallado. ¿A quién? Los niños no fallan, lo hacemos nosotros, que no sabemos enseñar, que no sabemos hacerles tener ganas de aprender, somos su espejo, su imagen a la que imitar, y con esos ojos de rayos X que tienen, no ven nada.


10/11/2022

VIVIR Y MORIR EN DISNEY

Hoy es uno de esos días en los que uno se da cuenta de verdad del paso del tiempo. Porque el tiempo solo pasa de verdad en los nacimientos y en la muerte. 

En los nacimientos, que son alegría; ese punto de inflexión de convertirse en padre, que tus amigos, tus hermanos lo sean, supone, mucho más que las bodas o noviazgos, el momento en el que de verdad todo cambia. Los padres no saben lo que les espera, pero es lo mejor que le has podido ocurrir y ya nunca serán los mismos, el que una personita dependa de ti no se puede igualar a ninguna experiencia. Y en la muerte nos quedamos un poco más solos. Hoy hace seis años que nosotros estamos un poco más solos, sin ti, padre, papá.

Por eso, podría recrearme en la melancolía, pero ¿qué diría mi padre si cayera en ese tópico?. Padre era un hombre muy serio, muy serio, muy serio. Y no me río nunca, nunca, nunca. Entre su voz, su discurso, su porte y su barba, cualquiera dudaba de tal afirmación. Pero en el fondo, y no tan en el fondo, todo se resumía para él en: la doctora, sus hijas, su nietos, sus padres, sus hermanos; el monte y sus paseos, el botánico y la procesionaria; y los amigos. Y las croquetas y los salmonetes y la sopa, si hay suerte. Y no tomarse nada demasiado en serio.
Por eso creo que hoy, si estuviera por aquí, no hablaría de eventuales guerras entre los herederos de los azules y los grises; él, que se dio un traspiés cuando supo que Trump gobernaría; no hablaría de jóvenes ni jóvenas, ni siquiera de todas, todos y todes, ya no le vería la gracia; el tema de la "arroba"(@), al que dio muchas vueltas y por el que trajo de cabeza a media Biblioteca Nacional, igual de con el "andpersan" (&) y los soldados de Salamina, hubieran quedado aparcados frente la encerrona que tuvo lugar en un parque Disney de Shanghái. Porque eso tiene bemoles . 
Una familia que va a echar el día al parque infantil. Han ahorrado, porque cuesta una pasta, el capricho. La madre ha hecho miles de bocatas, en China antes solo se podía tener un hijo -quizá no sean aficionados al túper-, aun así los precios de los perritos calientes, hamburguesas y refrescos son un disparate en esos sitios. No digamos las cervezas, imprescindibles tras pasar unas cuantas horas entre hacer colas para ver a Mickey y subirse al tren de la bruja. Un suponer. En Shanghái más que bocatas, llevarán guiosas y baos. Cuando ya se les han acabado las provisiones, están hasta la coronilla, el padre de la madre, la madre de los hijos, los hijos de la madre, la madre del padre, el padre de los hijos y los hijos del padre. Y no digamos si han ido al Parque con "amiguitos". Numerándolos cada tanto, que no se pierda nadie. Instrucciones para los por si acaso. Y luego les toca llevarles a casa. Al caer el sol, están a punto de que la cabeza les estalle, les fallen las piernas o sufran una crisis de cualquier tipo. Los niños no saben si tienen hambre, dolor de tripa,  sueño. El caso es que, donde todo era felicidad hace un instante, ahora son ganas de mimos y lloros, exigencias y necesidades de toda índole. Unos se hacen pis, otros pas. 

En ese momento álgido, la música, que no ha parado en toda la jornada, se detiene: "Yur atension plis" y se escucha una seria voz masculina "Atención por favor, les habla el señor Elidio, presidente. Se ha detectado un caso de Covid-19 en nuestras instalaciones. A partir de este momento, el parque queda cerrado. Nadie puede salir ni entrar salvo equipos de emergencia sanitaria y los necesarios para el avituallamiento, que dispondrán de la adecuada vestimenta y protección y serán desinfectados antes de su acceso. Las atracciones permanecerán en servicio de modo continuo y abiertas para el uso y disfrute de los niños. Se extenderá la validez de los abonos del día hasta el fin de la cuarentena, de cuya duración no podemos aportar datos. Rogamos se mantengan tranquilos. Se ha habilitado una zona para su descanso. En ésta hay espacios de comedor y aseo. Todos los servicios son gratuitos, se les facilitarán útiles de aseo y mudas para su descanso. Se dividen los pabellones entre visitantes y trabajadores, dentro de cada uno de ellos, a su vez, existirá una planta de sintomáticos y otra de asintomáticos.  Bajo ninguna circunstancia, ya sea afectiva o de relación parental se permitirá que se incumpla esta premisa. No existe permeabilidad entre espacio y nunca se producirán conexiones más allá de las inalámbricas entre sanos y enfermos."

La primera reacción es de sorpresa, la inmediata siguiente, de alborozo.  En los adultos, el estupor es evidente. Esa madre "con todo lo que tengo que hacer yo". Ese padre que tenía entradas en el Wanda. Esos padres pareja, que ya visualizaban el momento de llegar a casa, abrir una botella de vino y entretejer sus sueños. En los niños la metamorfosis ha sido inmediata. Se ha desvanecido toda sombra de cansancio o malestar.  Sólo quieren  volver a empezar y jugar. El lío es fenomenal. Como la alegría contagia, gana siempre. Aparecen animadores, cuidadores, enfermeras, prueba de Covid en ristre. 

Se sabe cuándo empieza, pero no cuando acabará.  Es el sueño del infante. Quedarse a vivir en Disney. Eso sí que lo van a contar. Su vida de película. Es una historia sin orugas ni arrobas, pero tiene miga. ¿Qué dirías tú, padre, papá? ¿¡A qué es fenómeno!?


09/11/2022

EL CORTE INGLÉS DE GENERALÍSIMO

La vida me ha dado mucho. Entre otras cosas, amigos muy requetebuenos, amores; concentrados todos en la zona de influencia del Corte Inglés de Nuevos, antes bien conocido como Corte Inglés de Generalísimo, para los amantes del recuerdo. Luego,  de Castellana. 

No sé por qué se ha producido en mi vida esa concentración de afecto alrededor de nombrado punto neurálgico de mi ciudad. ¿Qué tenía yo ahí? Ni idea. Ni vivía cerca, ni el cole estaba por ahí, ni la facultad. Yo soy de Ciudad Universitaria. Mis parientes tampoco viven ni vivían por ahí, que yo soy de Segovia. 

Era salir de casa y para Nuevos que me tocaba ir. Yo, que fui reticente a aprender a conducir hasta el día que mi amiga Lourdes sufrió un vahído a todo lo alto, en el Puerto de Navacerrada, y me puso las pilas, como hermana mayor que siempre ha sido. Me saqué el carnet en tiempo récord. Desde entonces he olvidado la línea 6, el Circular, el 12, 14, el 7, 5, el 45 y todos los autobuses que llevaban a Raimundo, Castellana media, Ponzano, Robledillo, Basílica. Allí siempre empezaba el plan, ahí estaban, todos juntitos, mis amigos, mis amores. 

Para remate, ¿dónde van mis hijos al cole?: a uno que está en Nuevos. Cuando la gente me pregunta el porqué de la elección del centro, la cabeza me da vueltas igual que a la niña del exorcista. Porque no podía ser de otra manera.  En Nuevos tenía que estar el cole, a tiro de piedra del Corte Inglés de Castellana. No pregunten.

Mi amiga Teresa, a punto de ser nombrada sherpa, junto a su padre, del CI, es capaz de comprar una percha, unas John Smith, si las hubiera usado, una vajilla de la Cartuja y un Barbour, todo en cuestión de minutos, recorriendo con calma y sin preguntar, las venas del Corte Inglés de Nuevos. Mi amiga Teresa y María, lo mismo. Tanto monta. ¿Qué quieres un lápiz?, vamos al Corte Inglés, ¿el último disco de los Smiths?, ¿una lectura del ínclito Marías o  del declarado como muerto Eduardo Mendoza? paseo que se pegaban al Corte Inglés, para un regalo, un evento, manicura, pedicura, tintorería, farmacia. Una de mis hermanas también le cogió afición al centro. 

A mí me da miedo hasta aparcar en ese "Corte". El Pedos Verdes (P2 verde), es en el único  que soy capaz de ubicar, gracias a las reglas nemotécnicas y al amor. Como dice Gema, como Zipi y Zape son dos, y me gusta Tintín, Vuelo 714 para Sídney, tu teléfono es el 2555714. Las reglas son muy útiles. Talyecal, fluapor, cutocodiam. Ahí lo dejo. 

Solo de pensar en acercarme a esas puertas que se abren solas y te cae un chorro de calor como si te desinfectaran, me entra el pánico. Tengo una visión: avanzo por sectores que van evolucionando de electrodomésticos a corbatas y olvido el objeto de mi visita.  El podómetro canta que ya he hecho mis 10.000 pasos. Y aún no he encontrado el vestido que buscaba. Mi padre, fue allí a buscar los zapatos que usaría para las tres ocasiones en que fue padrino de boda.  Pidió unos zapatos ad hoc. Aún se comenta en los mentideros. 

El chorro de calor y los uniformes rojos, son una señal: entra, que ya no vas a salir. Hay gente que vive dentro, duerme en la sección de colchones y somieres, nunca en el mismo lecho; desayuna en la boutique del "grumete", carga el móvil mientras se asea en los baños, trabaja en mesas diferentes cada jornada, no hay días de asueto ni vacaciones, pasea...  No sé si se han apercibido, pero las flechitas que indican salida son minúsculas en la inmensidad del volumen del centro. Busco con desesperación la luz natural, una ventana que me advierta de la proximidad del fin. Pero no la veo. 

Creo que parte del miedo y aversión que tengo al Corte Inglés de Nuevos se debe, como todo, a los traumas a acontecimientos que sucedieron en mi infancia. Lo mejor de ir de compras con mi madre era acabar de ir de compras con mi madre. En el durante, por una cosa u otra, lo normal era enfadarse. Que hija más sosa tengo, hay que ver, que no te gusta nada, con el tipo que tienes tan estupendo. Y otras lindezas. Pero ese momento en el que la doctora, mi madre, preguntaba por tercera vez a una dependienta, por la sección de lencería y la susodicha, por tercera vez le contestaba sin ni siquiera mirarla, porque está entretenida con el bajo de su falda y una uñas rota: "al fondo a la derecha"; ese momento, en que yo sabía lo que se avecinaba, y empezaba a hacerme camaleón para camuflarme en el mueble expositor de las colonias, ese momento que se acercaba como un tsunami, llegaba en forma de "¿para usted qué es exactamente el fondo a la derecha?". Que a mi madre no le faltaba razón, no le faltaba. Pero yo era una niña, yo quería que todo fuera bien, no me gustaban los gritos ni las discusiones. Yo engordaba por no discutir. ¡Qué le voy a hacer! Aunque el sol me queme capaz soy de aceptar que la noche ha caído con tal de que haya paz; sinónimo erróneo de que me sigan queriendo. Ante la contundencia de mi madre, se volvía la uniformada señorita, entre avergonzada y con un enfado de mil demonios. El caso es que nos llevaba a lencería en un santiamén, de la mano. La cosa es que al salir del Corte Inglés, mi madre, que era muy de pincho de tortilla y torreznos a cualquier hora, proponía un café y nos apretábamos el aperitivo entre pecho y espalda,  pocas cosas maridan tan bien. Eso sí que molaba. Y la charla. Y el olor a tabaco rubio. El que no es feliz con eso es que no tiene corazón. Como el que lee Seda, de Baricco, y no siente. Seda es un termómetro de la sensibilidad. Cualquiera sabe en qué cloaca de miseria puede ser enterrada la desgraciada existencia del insensible.

El caso es, la cosa es, que el centro de carena de mi vida se ubica en ese maléfico lugar, cruce de calles y emociones, garajes, ópticas de toda confianza, subterráneos que la noche confunda; los bajos, discotecas, la oficina, casas de amigos y un sinfín de rincones que albergan mis recuerdos y atesoran mi memoria. El otro día sobreviví a él con mi querida tía Mari Gloria, que va camino de igualar al bisabuelo Claudio, en edad y bondad, y salió de las galerías con elegantísimo abrigo. De lo que uno es capaz nunca lo sabe hasta que se le pone a prueba. Cuando ubique mi centro de gravedad, sabré si voy a volcar.