La primera sospecha fue la más realista. Pero igual lo vi lo olvidé. En casa de los abuelos, aburrida revolviendo tesoros con una prima lejana mientras los padres recordaban viejos tiempos o discutían. Ahora no lo sé. Entonces pensaba que yo estaba aguantando mientras ellos lo pasaban en grande. Visto desde la edad adulta, imagino que a más de uno le hubiera gustado mirar fotos, libros antiguos y tebeos conmigo.
Entonces ocurrió: Encontramos el papel que mi prima segunda casi me arrancó de las manos. Pero yo era buena y rápida leyendo. M., 25 años, soltera, dio a luz a una niña el tal del tal del mil novecientos tal. Toma ya! Era yo. Nací justo al terminar la guerra mundial. Era yo, una mínima diferencia: lugar de nacimiento. ¿Oviedo? A quien querían engañar? Se me nota hasta en el banco de los ojos que nací por debajo de Despeñaperros. En ese momento tenía unos cinco años y el descubrimiento vino y se fue. Dejamos el papel debajo de la máquina de escribir negra y seguimos jugando tan panchas.
Cada vez que me siento diferente sé que hay una razón. Y pienso a qué están esperando para contármelo. Tendré que sufrir una leucemia y mis hermanos no podrán ser donantes? No lo entiendo. Siempre supe que había algo que no cuadraba. Que no me quisieran mis padres era una opción dolorosa, pero a los ojos de un niño la única posible.
En mi casa yo me sentía como un madridista en casa de un atlético: Una perfecta extraterrestre. Con todo, yo era un ser puramente emocional. Disfrutaba de un estatus aristocrático en ese sentido. Mis hermanos y mis padres eran la razón en estado puro. Lo que a mi me hacíaReír o llorar para ellos era motivo de risa.
Muchos años después, desperté. Recordé aquella tarde de invierno y recuperé la paz. Fue al recibir mi regalo de mi 60 cumpleaños . Una maquina de escribir antigua.
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