Contención
señores, contención. Para dramas e historias truculentas habrá tiempo. Sensatez y prudencia
son lemas que nos tenemos que grabar a fuego. En estos momentos hay noticias que no lo son. La
radio, los periódicos, la televisión tienen la importantísima misión de
informar. Y no es que por no contar algo, deje de ser cierto. Es su deber, pero
no insistan señores, no ahonden, “señor
cura, que en el fondo está lo más güeno”. Hay dos extremos: lo que no es
noticia y las "nuevas" que caducan (como las agendas, o las guías de viaje). Estamos pendientes del pico, de los infectados, de
los muertos, de los mapas, de los bulos, de los chistes, de los dramas. Es un
momento de súper información, de actualización instantánea. Los datos se vuelven obsoletos, como los coches, que pierden su valor nada más comprarlos. Los números del lunes no son noticia el martes, son un dato. Y no abunden
en lo innecesario. El drama de cada uno de los que se han ido, eso sí. Es único
cada uno. No podemos echarlos a una fosa común de recuerdos. Esa es la herida abierta. Eso es importante.
Los
medios de comunicación tienen su deber y responsabilidad. Ahora son fundamentales.
No eleven a noticia todo lo que les llega. Calibren el impacto que causan. Estamos en medio de una tragedia, que ya
contaremos, ya contarán. No es un peliculón, es la realidad. Fuera el morbo. No metan el dedo
en la llaga, las imágenes espantosas no lo son más por la repetición y la
insistencia. Ya están para siempre en la retina y en la memoria. Cuéntenlas,
pero cuidado: no vale incidir con la misma monserga. No vale repetir. Sin
llegar al silencio del 11 S, de imágenes fijas que resultaban más inquietantes
que saber. No vale hablar para captar oyentes. Ya nos tienen. No busquen la culpa.
Saquen al reportero, al Tintín que llevan dentro; y no se regocijen en la
anécdota. Investiguen, cuenten las historias y callen si lo consideran oportuno,
ya habrá tiempo. Estamos todos atentos.
El
reportero que ve a una doctora llorar no puede ponerle un micro en la boca.
Debe contenerse él también. Abrácela. Ni usted ni la doctora son la noticia. Debe
decidir quién vive. Ella tiene que elegir entre dos pacientes, dos enfermos,
dos vidas, dos desconocidos que dependen de ella. Lo sabemos. No nos
lo cuentes. Ahora no. Jurasteis por Hipócrates. No podemos digerir esa
información. No tenemos espacio para hacerlo. No nos cabe. No se puede siquiera
insinuar que los médicos tengan miedo a consecuencias jurídicas por su toma de
decisiones. No es noticia, reportero. Eso no es noticia. Ella está horrorizada
porque tiene en sus manos nuestras vidas. Y no puede salvar a todos. Lo que es
imprescindible es que estos doctores estén seguros y tranquilos, que estén
apoyados por la sociedad entera. ¡No me fastidies! ¡Temen un juicio a su juicio!
Deben ser ensalzados. ¡Solo faltaba! La tensión y la angustia que han tenido y
tienen en los hospitales no es nueva. Pero ahora estamos en guerra. Cuentan
con las armas que hay. Porque es una situación de excepcionalidad. Por eso los
aplausos cada tarde. Pocos me parecen. En un quirófano, en una habitación de
hospital, el aura que tiene el médico es indiscutible. Y así debe seguir
siendo. Nuestra confianza es absoluta. Está en tu ADN desde que te pusiste la
bata y nadie puede discutir que es un horror. La ética y la moral son
exquisitas en tus manos. Lo sabemos y confiamos en ti, doctor. Sin fisuras.
Pero en medicina no puede haber transferencia entre el paciente y el sanitario.
Eso lo saben muy bien los psiquiatras. El peligro que corren es inmenso. La
cara de póquer que pone el médico para decirte que tu padre se muere, que no
hay nada que hacer, la elección de sus palabras, el tono monocorde, casi automático, no significa que sea un monstruo y no sienta nada.
Significa que ése es su trabajo y tiene que contener sus emociones porque quien
pierdes eres tú. Y su labor no es empatizar contigo hasta compartir tu desesperanza,
sino enfrentarse a tu dolor con distancia. Si se implica en cada muerte se
convierte en un paciente más.
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