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06/04/2020

CORZOS EN EL ACUEDUCTO

¿Qué hubieran dicho ellos de todo esto? Llevo días pensándolo. Ellos, hombres todos con una llama de humor que encendía el espacio a su alrededor. Les recuerdo mucho, me siguen acompañando, me encantaba escucharles, “ojiplática”, expectante, historias nuevas o repetidas. Me daba lo mismo. Encantada si en algo les sorprendía y aplaudían mi idea. Siempre una niña a su lado. Ellos, a unos centímetros del suelo, sin envidia, con respuestas y silencios, alabando lo bueno, rindiendo honores al vino y el brindis. “Disfrutones” unos, más serios otros. Queridos amigos y compañeros. Añoro verme envuelta en su abrazo paternal. Ellos se fueron antes de tiempo. Siempre es demasiado pronto. Saben cuánto les echo de menos. Si hay cielo, allí estarán, con una mueca de dolor por el padecimiento de su gente, pero brindando por la vida que ya no tienen. En paz.

El humor buscado en la repetición, ellos, que sobretodo tenían en común lo muy queridos que son. Se fueron antes de que esta criba se llevara esa generación impecable que es nuestro referente. Hubieran fabulado con el entusiasmo de un niño ante la imagen insólita, grabada sin querer. Se hubieran alborozado con la idea. Hubieran brindado. ¡Es fenómeno! O le hubieran dado vueltas y vueltas, raciocinio y lógica hasta llegar al disparate.

No son un par de corzos, sino una pareja que se había acomodado entre los gamos y ciervos de Riofrío. Las ventajas de la libertad controlada y el alimento asegurado habían hecho del recinto amurallado un hogar. La pareja dejó a las crías a salvo y se lanzó a investigar el silencio. Desde hace unos días nadie se acerca a Palacio, no les asustan los humanos, ni les ofrecen mendrugos para que se acerquen. Pasean a su antojo por el encinar, anchas y suaves lomas para correr a su antojo y criar en paz. Llevan sin visitantes una buena temporada. Ni siquiera al final de la semana, cuando los ruidos de los motores asustan a los pájaros, que avisan de la llegada de los intrusos. Merendolas en el suelo, mantas de cuadros y sillas de playa redecoraban periódicamente el paisaje. Coquetos los ciervos paseaban como si nada, atontados. Hasta que el susto de las presencias invasoras les hacía salir corriendo, para regocijo del niño y el fotógrafo preparado para la instantánea. Esa mirada que es siempre de sorpresa, un ligero giro del “cuello”, atentas las alarmas, tensa la musculatura. preparados para la carrera. Son miedosos o prudentes. Leo que la mayoría de los ciervos son polígamos, aunque hay sus excepciones como el Corzo Europeo, que prefiere la monogamia. ¡Lo sabía! La pareja del acueducto son unos enamorados. Recupero la fe. El amor existe.





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