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19/04/2020

¿QUÉ COMES?






No estábamos preparados. Ni para la pandemia ni para esta sobredosis de reuniones telemáticas.

Por un lado, las reuniones de trabajo. El sonido desfasado de la imagen. Ésta se congela cada tanto. Para trabajar no hace falta reunirse todo el rato. La paranoia del control que abanderan los inútiles es lo que más megas ocupa en la red. Son como niños. Ante el nivel de incompetencia alcanzado, tratan de paliar su estupidez atando en corto a sus subordinados. Que no colegas. La falta de inteligencia es tal, que no tratan de compañeros a los únicos que pueden salvar su puesto, porque saben hacer su trabajo. Si les dejan, claro. A este paso, una reunión más y han echado el día. El trabajo desde casa tiene la enorme ventaja de la eficacia. Tal se debe, entre otras cosas, a la ausencia de largas y tediosas reuniones. Eso era antes del coronavirus. Porque el absurdo si se aplica al teletrabajo se transforma en otra tontería.

En cuanto a la novedad de las reuniones familiares a distancia, siempre bienintencionadas por el convocante, concluyen en resultado a veces adverso. No es fácil. Conectar a tres generaciones, abuelos, padres y nietos requiere paciencia y tiene miga. Hasta que consigue dar con todos; aunque estén en casa, pasa un rato. Por fin se divide la pantalla y se ven, menos a Pepe, que no le funciona la cámara. O Ana, que se ha vestido rápidamente, sin ducharse y se le ve el camisón debajo del vestido. No quiere que la regañen sus hijos. La reunión es como las reuniones familiares pero condensada en un “ratín”. Muy intensa. En un cara a cara no pasa nada porque hable uno con el de al lado separándose de la conversación general. Pero aquí se suceden los monólogos y se van cortando las intervenciones por falta de moderador. Los “¿qué tal?” no se sabe a quién van dirigidos. Respuestas solapadas al unísono. Se arma un lío de miedo. Una jauría de participaciones que se acoplan hasta resumirse en ruido. Los niños saltan impacientes por contar sus logros a los abuelos, que son los que más caso les hacen. Legiones de rosquillas sustituyen a las caras, batallones de magdalenas, plumcakes rellenos, tartas de colores resumen lo que ha dado de sí la semana. Lo bueno es que ya tienen una salida profesional, una opción; serán reposteros. Eso sí, la competencia es feroz. Porque la harina no se ha acabado esta semana por el “pescaito” frito. Digo yo que en vez de tanta rosquilla les podemos enseñar a hacer unas patatas con bacalao. Tanto da. De esa forma se calma un poco las ganas de hacer cosas, y descargan a los padres que están en sus teleconferencias con el mandil, que se les queman las albóndigas.

Una amiga me dice que han hecho una cata de cervezas por zoom. La monda. No se ha conectado Mara, otro “buchito” de ésta. No sé si en las catas hay que escupir, como cuando te tomas una ostra mala. Ahí la educación me condiciona, yo antes me emborracho o me enveneno que escupir algo que me sale mal. Imagino que en casa no escupe nadie, a no ser que dispongan de escupideras. Igual que en los bares antes. “prohibido gritar y escupir” rezaba en un local en plena Calle Serrano, al lado de la Embajada Americana, el bar de los palillos. Un sitio genial, podías comerte los pinchos que quisieras, solo debías dejar los palillos en la barra. No contaban con la capacidad de algunos que masticar e ingerir madera. Al grano. Reuniones de amigos, de ex amigos, de amigos que no se ven desde el año de la polca. Primos reconciliados, aunque casi ningún primo se enfada. Achuchones virtuales. Lágrimas y risas a distancia. Recuerdos y noticias. Los más apañados, sin llegar a la cata, que ya es de internautas de élite, comparten aperitivo por videoconferencia. “¿Qué comes? dame un poco” dice la abuela a la nieta. A dos mil kilómetros. ¡Me parto! ¡Hasta mañana! Fin de la conexión. ¡Que risa! Es igual que cuando mi abuela hablaba por teléfono con su amiga de los ojos violeta. Le dice: “Se te está quemando la comida, hija” La otra corre rauda y prudente a la cocina. A mitad de camino vuelve al auricular “¡Será en tu casa, que estamos hablando por teléfono!” Mi abuela se ríe “Ay madre”.

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