Poco se habla de los calcetines
impares. En tiempos de confinamiento hemos tenido la oportunidad de pillar, estando
muy atentos, al enano saltarín que tiene como alimento uno de cada par de
calcetines, en el peligroso trayecto que va del pie a la lavadora. La pregunta
primera, después de la obvia, es ¿por qué uno solo?. Podía comerse los dos. Claro
que así nunca hubiéramos sabido de su existencia. Y él quiere darse a conocer.
Está solo desde hace tiempo y su “mijita” de orgullo le hace cometer esos
pequeños actos fallidos. En realidad, necesita que sepamos que está ahí, cuidando
de nuestros sueños.
He visto varias soluciones al
misterioso fenómeno. Casi siempre maquinadas por varones. Mi padre se lavaba los
calcetines. Incapaz, incluso en su jubilación, de encontrar el escondite de los
nones, decidió que calcetín que usaba, calcetín que enjabonaba, enjuagaba, tendía en un escondite secreto, secaba y guardaba.
Adicionalmente solía hacerlos un nudo, para guardarlos en el cajón. Su
desconfianza no era sino fruto de la experiencia. La teórica paz de la vereda que recorre la colada hasta llegar la plancha puede ser alterada por salteadores oportunistas. No quería correr riesgos. Un amigo suyo
decidió comprarse todos los calcetines iguales. No parecidos, exactamente iguales, obvia es
la talla, longitud, color y composición idénticos. debía hacer acopio, pues las marcas sacan novedades que alteraban si tranquilidad. Cada tanto, cuando los tomates no tenían arreglo y el zurcido era imposible, tiraba todos y compraba una nueva remesa. No había calcetines de
deporte en su armario; si necesitaba unos más gruesos, se calzaba dos pares. Asunto solucionado. Me dirán ustedes que eso no remedia el problema. Discrepo. Sí
lo soluciona, no desvela el misterio. Eso no. Pero mi padre y su amigo, en paz
descansan los dos, orgullosos de lucir sus calcetines iguales.
En tiempos de pandemia y encierro me ha
obsesionado, fruto de desamor y disputas en el pasado, no perder calcetines. He recogido
cuidadosamente, por pares los caprichosos colores que usan mis hijos. Todos
diferentes. Unos tan cortos que pienso que les saldrán ampollas cuando por fin
se pongan zapatos. Otros tan largos que dudo que sean de ninguno de ellos. Me
pasé de previsora, se van a romper antes de que sean de su talla. Eso de "para
cuando crezcan" tiene un límite. A partir de cierto punto ya no crecen tan rápido. Pipi Calzas
Largas hubiera sido feliz con alguno de los modelos. He unido con paciencia las
parejas. A veces ha sido difícil. Parece que uno es exacto a otro, ayuda que la
talla está grabada y también el simbolito de la marca. Pero uno es más largo
que el otro. Tiene su miga. habrá encogido, concluyo. ¿Uno más que otro? ¡Nadie es perfecto! Aun así, he sido tenaz, no he dejado que la adversidad
minara mi moral. Del suelo he recogido parejas, he encontrado alguno detrás de
los radiadores, dentro, muy dentro de zapatos y zapatillas, hechos un burruño de olor concentrado, en la bolsa de la aspiradora, debajo de la cama, de un sofá, entre los
cojines. He cogido callo, nada se me resiste. Eso pensaba, ingenua de mí. Alma
cándida. Hay algunos lugares más recónditos: entre las sábanas, dentro de la funda del edredón,
incluso de la de almohada. Ni idea de cómo han llegado ahí. En las sillas donde
estudian ellos y trabajamos nosotros, debajo de la mesa del comedor. En fin. Tras
conseguir que llegaran por parejas a la lavadora, yo misma he sacado la ropa
una vez terminado el programa. Los primeros días, infeliz de mí, confiada
pasaba el conjunto mojado de un tambor a otro. Para un programa breve de
secado. ¿Cuál sería mi sorpresa al sacar la ropa seca oliendo a limpio, a
talco, a bebé? Al ir a emparejar los dichosos calcetines, siempre me faltaba
uno. Desesperada pasé a una meticulosa revisión de los aparatos, incluyendo
filtros, recovecos de cuya existencia era una completa ignorante. Sí, algunos
encontré adosados caprichosos al tambor, camuflados perfectamente en el
cilindro, refugiados en esas platabandas que se distribuyen en su interior. Mis
esfuerzos se duplican, pero confieso aterrada que siguen desapareciendo. A punto
estoy de rendirme. Eso, o ponemos de moda la asimetría.
Es uno de los misterios de la vida. No intentes desentrañarlo. Deja que sea como los agujeros negros del universo para la inmensa mayoría de los mortales.
ResponderEliminarAy madre!
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