El tiempo dura distinto según la edad. Yo vivo en el sistema métrico, incapaz de pasar a pulgadas o entender si una libra es más o menos que medio quilo. El tiempo, como sujeto, se cree que es homogéneo y que ha sido más fuerte que otras dimensiones. el peso o la distancia. Al menos nos hemos puesto de acuerdo en las unidades. En algunas. 1-60-60-24-31-28-31-30-31-30-31-31-30-31-30-31-12-365. Extraños números. Siempre hay alguien sin cumpleaños, solo en los múltiplos de cuatro, coincidiendo con las olimpiadas. Antes del confinamiento.
Recuerdo
que siempre me decías que, a su edad, de bebé, un día era una eternidad. Que la
espera era incomprensible a la hora de comer, de bebé. Que a su edad llevarse
once meses era estar en otra órbita. Lo decías de otra manera. Recuerdo que
incidías en la diferencia. Recuerdo que remarcabas el punto de vista de cada
uno. Lo que cada uno sentía, Lo que cada uno siente. Es diferente. Muy
diferente. Al cabo de los años el tiempo es muy largo en la espera. Cuando ya
no es bebé. Cuando se separaba, y las horas pasaban despacio hasta oír la
puerta. Antes del confinamiento
En
estos tiempos las diferencias se agrandan. En el confinamiento. Ya nada es
absoluto. Nunca lo fue. A cada uno le dura un día algo distinto. Ella agota la
jornada entre la limpieza, los paseos por el pasillo, hablar con la familia
para comprobar que todos siguen bien, comer y dormir. Se devora los días. Se
olvida de pensar. Se olvida de sufrir. Se olvida de querer y de vivir. Para
aquélla, sin embargo, enamorada del amor, seis horas más sin un beso de él es
más que una eternidad. Su intensidad aumenta la desesperanza. No sabe dónde
abrazar su ausencia. Le desazona. Para qué sirve el tacto, sin él. Para qué el
olor, el sabor, sin él. Sin su latido para que el oído. Sin su voz. Y se
alargan los tiempos. Para otra ella, sola en casa, cada segundo es un siglo
desde que él se fue y ahora no tiene medida para sentir los cuartos y las
medias, que van sonando a destiempo en los relojes de la entrada, el salón y la
cocina. Desacompasados todos. Entre un cigarro y otro intenta marcar un ritmo
imposible a su vida porque ha olvidado darles cuerda. De eso también se
encargaba él. Antes del confinamiento.
Pero
los días pasan igual. No me olvido. No me olvido. Cada uno es único y no va a
volver. No hay otro tren ni otra oportunidad. No estoy dispuesta a perderlos.
No quiero que los pierda quien fue mi bebé. Lucho contra la tentación de caer
en
la melancolía. Durante el confinamiento.
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