Resulta que ahora nos damos cuenta de quién es imprescindible, Bertolt Bretch:
Hay
hombres que luchan un día y son buenos.
Hay
otros que luchan un año y son mejores.
Hay
quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero
los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Sí que hay imprescindibles, en lo privado, en lo
íntimo, y en lo público. En lo privado son gente que no tiene sustituto.
Aquellos cuya huella queda para siempre en nuestro corazón. A veces en forma de
cicatriz dolorosa, las más, en forma de sonrisa. Ellos no tienen sustituto. Ya
sea porque que se los haya llevado el tiempo, la edad, la fatalidad, o algún
bicho. Ya sea por las barreras que la vida levanta. Y se van. Sin más. Son
insustituibles. Pero la vida sigue y llevamos su amor y su enseñanza en
nuestros corazones. Nos ayudan a ser mejores.
En lo público, en el ahora, es menester reordenar el
armario de la educación. Para corregir la pirámide de las prioridades, de las
cosas importantes. En este momento se levantan voces aplaudiendo a los médicos.
¿En qué sociedad de mierda nos hemos convertido si ha hecho falta que murieran
en cuatro meses, miles de personas por un virus para darnos cuenta de que son
imprescindibles los médicos? ¡Que les den una paga extra, sugieren algunos! ¿Pero
qué es esto? Un médico siempre ha sido un referente en una comunidad, desde las
más primitivas, asignaban su valor a su trabajo, a su sabiduría, a su buen
hacer, sus conocimientos. El respeto a su figura, por su formación, su saber,
jamás se ha cuestionado. ¿En qué momento se perdió el Norte en esta vida llena
de nada? En esta vida de éxitos y fracasos, de metas absurdas, superaciones,
competencia. ¿En qué momento pasó a ser más importante un tío que le da patadas
a un balón, conduce por encima de los límites permitidos, un cantante de moda, una
“influencer” que enseña cómo ponerse unas pestañas postizas o presume de
tacones, que uno que suelda huesos heridos, repara pulmones o cose corazones? La
comparación fácil es con las excepciones, en el deporte, la música, la pintura.
Eso no es lo importante. Lo que es crucial es que hay mucha miseria bien
pagada. Se valora más a un YouTuber que a un ingeniero, que a un militar, que al
colega de Valladolid que ha inventado el respirador. Hemos desvirtuado todo. ¿Y
la importancia del profesor? Desde los tres a los veintitantos años tienen una
labor crucial. Eso tenemos. Los que
saben hacer cosas son friquies escondidos. Extraterrestres, gente que no se
entera, que vive de espaldas al éxito. Porque eso es lo importante, el éxito,
los me gusta, las veces que se
comparte su artículo. Estamos huecos.
Cuando hablo de médicos incluyo todo lo que les
rodea, no hace falta enumerar cada oficio. Y hablo también de muchas otras
profesiones, que por algo se llaman así. Implica dedicación, estudios, una
tarea, una labor, un cometido.
La cuestión es que cuando el saber se supedita a la
gestión, se desvirtúa. Cuando a los profesionales pasan a controlarlos los
gestores se pierde la esencia. Se olvida la chicha. En todas las profesiones
eso es claro, pero en la sanidad es una verdad de fogonazo. Cuando un gestor
decide si es preciso o no realizar una radiografía para confirmar un
diagnóstico, algo tiembla. Si un gestor limita el tiempo máximo que debe permanecer
en un hospital un enfermo; o lo que debe durar una consulta; si se organizan
los hospitales como una empresa, es el fin. Un hospital no puede cotizar en
bolsa. Es otra cosa. Pretender la organización de los recursos sin el correcto
y prudente asesoramiento de los expertos es de una soberbia y una estupidez
supina. Y quita valor al profesional. Por eso a esta sociedad no le parece
importante un médico. Bueno sí, ha hecho un trasplante de corazón. Entonces la
sanidad española es la caña. Es que no hace falta hacer trasplantes ni poner
rodillas nuevas para ser imprescindibles. Eso está muy bien, pero es
“además”.
Vi un chiste un día que decía “como cierren los supermercados yo no sé qué voy a hacer, porque no sé dónde
se cultivan los Nachos”. No existen los agricultores ni los ganaderos. Estamos
desenfocando. No tenemos ni idea de lo que en importante y lo que no.
Es la cultura del absurdo. Niños que buscan
satisfacción en la aberración porque lo tienen todo. Que no saben qué estudiar
porque quieren carreras que tengan salidas. ¿Salidas a dónde? Entiendo la
practicidad, pero tiene que haber emoción, sentidos, deseo de servir, de hacer
algo en la vida. Proyectarse hacia el futuro y pensar ¿qué quiero hacer?
Decía Antonio Machado que “Todo necio confunde
valor y precio”. Nos hemos transformado de la noche a la mañana en una sociedad
de necios.
Una gran verdad.
ResponderEliminarGracias Dani
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