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04/04/2020

ALGO TIENE QUE CAMBIAR. LO IMPORTANTE



Algo tiene que cambiar. No podemos olvidar estos días, es una lección de humildad, ataca al epicentro de nuestra vanidad. Hemos compartido más que nunca la rutina, la vida diaria. También hay mucha gente que ha estado sola. Padres lejos de sus hijos. Hijos que no ven a sus padres. Hermanos que no se tocan. Amores separados, amores rotos. Pero no podemos quejarnos, sin entrar en detalles. Yo he tenido suerte. Nos hemos reído un montón. El mal humor se lo ha llevado el puñetero virus. Una amiga me decía, "mis hijas están encantadas, porque nos ven todo el rato; antes salían de casa casi sin desayunar, a las 7:30 en pie, a las ocho en la puerta del cole, con las legañas puestas, estaban apuntadas a comedor, a ballet, ajedrez, inglés, chino; las recogía la chica a las 18:30, que se quedaba con ellas hasta las 21:00, hora a la que llegábamos su padre o yo. Y los fines de semana había que salir". Este relato, es medio inventado, pero no tanto. Son muchos los hogares, especialmente madrileños, en los que se vive así. En los que los niños no ven a sus padres, o los ven con prisa, enfadados. O los llevan a competiciones todos los sábados para purgar la culpa de entre semana. Ahora disfrutan con ellos y están contentos. ¿Que es una faena la enfermedad? No hay duda, pero desde la perspectiva de un niño se perciben muchas compensaciones y cosas buenas. Madrugan menos, están más descansados. Sí, tienen que estudiar. Pero eso lo aceptan, es normal. El ritmo que se llevaba antes no era bueno, no era de familia, no era de vida, sino de perseguir algo invisible. Ese éxito escondido. Los niños son un termómetro, todo lo sienten, todo les afecta e influye. Debemos escucharles mucho, mucho más.


Compartimos desayuno, comida y cena, sin tirarnos el café por encima atropellados. Trabajamos. A la hora de comer, nos entretenemos. (Si no tenemos una videoconferencia, llamada urgente, documento a entregar, pero estamos ahí.) Nada de filete a la plancha. La calma vuelve. Como decía ella: “cocinar hace hogar”.  Hemos recuperado relaciones imposibles. Hemos tenido mucha suerte. Hemos compartido la maravillosa rutina con los nuestros. Es difícil concentrarse a veces, sí. Pero hemos recapacitado. No se nos puede olvidar. No puede ser.  Debemos recuperar la dimensión humana. Debemos valorar lo que está bien y lo que está mal. Debemos recoger las lágrimas y regar la nueva manera de enfrentarnos a la vida. Hemos sido unos jabatos. Recolectemos lo que hemos sembrado. No se nos puede olvidar. Somos mejores. Hemos tenido tiempo para llamarnos, para hablar, para escuchar cómo está el otro. Para calmarle, animarle, para dejarnos cuidar en la distancia.



Todos hemos echado de menos a los que no están. Mucho.



Por eso algo tiene que cambiar. Porque no todo vale. La sociedad del porque yo lo valgo y la realización individual nos ha llevado a una bulimia de satisfacción.  A ponernos morados de lo que nos gusta, sin alimentarnos de ética, sin dar calor a lo esencial. El alma olvidada reclama. La esencia descuidada por las prisas y los objetivos. Esta ha sido nuestra gran vomitona. La sorpresa brutal ante la falta de inmediatez de obtención de nuestros deseos. La sorpresa porque no hay resultados. Los valores deben volver a nuestro día a día. Tenemos que haber recapacitado. Distinguir entre el bien y el mal. Dejar de sentirnos vacíos. Porque no hay nada fuera que llene ese hueco. Es menester que no olvidemos lo que vale lo que tenemos cerca, a nuestros seres queridos. Son cojonudos. Hoy he oído algo maravilloso: “no estábamos preparados. ¿Quién lo está? Esto es como si vamos en un avión, de vacaciones y de pronto salen las azafatas y dicen: Hala, pónganse los paracaídas, que vamos a saltar. ¡No! ¡Para esto no se está preparado! “. Algo tiene que cambiar, no puede ser que después de tirarnos sin red se nos olvide lo importante y volvamos a los atascos y al sándwich en la oficina. Tenemos que aplaudir a esta oportunidad de volver a empezar. De volver a la esencia.

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