Es además muy interesante el asunto del congreso. No es solo por socializar. Te toca hablar el martes a las 16:10, mala hora. Y el jueves a las 11:00. No sabes qué es peor. El jueves la gente ya está hasta la coronilla, quizá se vayan de compras, o al mar. Algunas de las conferencias son obligadas por tratarse de compañeros de cátedra o doctorandos, les has tutelado, quieres ver cómo se defienden. Otras son obligadas porque la gente que las da es estupenda, siempre se aprende algo.
Pero siempre hay uno que le dice al moderador: "no te preocupes" (le tutea, es amigo), "voy a ser muy breve" Estamos perdidos. No entiendo por qué los que más se enrollan en las charlas anuncian que no lo van a hacer. Si al menos no dijeran nada, vale. Pero, no, se comprometen, no solo a ajustarse al horario, sino que presumen que les va a sobrar tiempo. En el congreso les hubieran encendido la luz roja. Ultimo aviso. Nada. No se inmutan. Y además se creen que lo tienen que contar todo. ¡Pásame los apuntes! ¡Está en el libro! Nada, que no acaba.
Pues eso, dime de lo que presumes. Esa gente estupenda que dice de si misma que son generosos y píos y buenos, cuidado; la que no es celosa, ojito. Yo muero antes que dejarte, uf. Tiene un lío. Esa es una mala pécora. Yo no hablo mal de nadie. Date por fastidiado. Ya ha soltado algún bulo. Se arrepiente (poco) y trata de defenderse. En fin. El que no miente nunca: Pinocho. El puntual, ármate de paciencia. Y es que ocultamos nuestras miserias en escudos protectores de vanidad y pereza. Envueltos en el miedo del disfraz ocultamos la verdad por miedo a que jo nos quieran como somos. Error.
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