Además de las manidas
variaciones que existen sobre el simple hecho de pedir un café, me gustaría
hablar de la diferencia en el uso de la cucharilla. Que poco se habla. Y a mí
me hipnotiza.
De los tipos de café se ha
dicho casi todo. Es cierto que el espectro es amplio dentro del propio país y
varía de una cultura a otra, traspasando fronteras. Sin salir de casa tenemos por
ejemplo el café sólo, con leche, cortado, corto de café, o largo, americano,
bombón y por supuesto con hielo. Y cualquiera de ellos con un “chorrito” Café
con hielo es el punto de inflexión de una comanda. A partir del turno del que
tiene la ocurrencia del café con hielo, se produce un cambio de voluntades, la
mitad de los comensales cambia de apetencias, para desesperación del camarero.
En ese momento es cuando se aprecia la pericia del maestro. Ante esa situación,
o con la doctora, que pasmaba a propios
y extraños con su capricho: café con leche, corto de café, americano y
descafeinado de máquina en taza grande. Todo uno. Solo mi padre, su Santo
esposo era capaz de repetir la orden sin despeinarse. Con perdón, sin que
perlara el sudor su muy noble calvorota.
Fuera de casa, es común el
espresso, capuccino, caffè latte, macchiato, luego, doppio, o cappuccino
sensa/niente schiuma. Invento este último de mi amiga Dani para acercarse a
casa cuando se fue a la bella Italia a aprender el lindo oficio de la
restauración de frescos y otras obras de arte. Los angloparlantes le llaman
café negro a nuestro café solo. Quizá es una de las pocas expresiones en la que
se permita el uso de la palabra negro. Llamando negro a lo que es negro. Sin
buscar sinónimos presuntamente no ofensivos. En Turquía debes avisar de la
cantidad de azúcar que quieres. En fin, donde fueres, haz lo que vieres. No se
pueden tener manías.
Dicen que solo en España
existe el café con hielo. Es cierto el desconcierto ante esa petición más allá
de Pirineos. Yo lo atribuía a una mi defectuosa dicción o mala pronunciación de
alguno de los términos. Luego vi que no, y no porque mi don de lenguas hubiera
mejorado, sino porque era un nativo quien se encaprichaba del conocido en
España como café con hielo. Y no era capaz de hacerse entender. Porque en
países anglosajones existe algo parecido, al mezclar un espresso con unos
hielos y toda las espumilla. No es eso. No es eso. Está más cerca del
granizado.
Además de todas estas combinaciones y variaciones y muchas más, consecuencia de un número de elementos variable, a su vez tomados de forma aleatoria; existe una variante, que no cepa, de cómo darle vueltas al café, o al té. Los más puristas no usan cuchara porque no le ponen azúcar. Lo toman tal cual. Vale. Que es más auténtico. Allá ellos. Pero el que gusta de endulzar el amanecer, a él recuerdo hoy. Siempre le recordaré. Algunos dan vueltas en sentido horario y otros en sentido antihorario, sin que importe el hemisferio en el que se encuentran. Otros cambian de sentido a mitad del proceso. Hay quien en vez de remover parece que esta amasando o batiendo un huevo para tortilla. Hay quien remueve sin hacer ruido, otros chocan la ducha con la losa a cada revolución. Inquietante. Hay quien saca la cuchara rellena con un poco de mezcla y se la lleva a la boca, para probar. Ponen cara de gusto. La mezcla es perfecta, aunque está muy caliente. Esa costumbre hay quien la práctica a veces se acompaña de un ruidito de sorber que no es de mala educación, es de muy mala. Hay quien cuando termina de dar vueltas levanta la cuchara y la deja vertical sobre la taza para que la gotita caiga en el café, otros dan unos golpecitos a la taza con la cucharilla, la chupan y la dejan en el bajoplato. El líquido que ha quedado en la cuchara puede ensuciar la parte de abajo de la taza y manchar el pijama, camisa, cuando se disfruta del líquido elemento. Mala suerte. En una taza tipo mug, que no se acompaña de plato, el protagonista levanta la cuchara, educado él por cuna buscando dónde dejar el artilugio para no manchar. Hasta que decide echarlo al fregadero o dejarlo con disimulo en la encimera o en la mesa, sobre el mantel, la servilleta. Nunca dentro de la taza. ¡No! Ni para que se enfríe porque está muy caliente. Hay quien hace uso del dedo índice para evitar que el mango se le meta en el ojo y se toma el café tan pancho. Equivalente a sorber. ¡Nunca dentro de la taza! ¿Y si hablamos de dar vueltas con palitos de madera la de bambú? Lo han puesto de moda los Starbucks, sustituyendo al cutre palo de plástico de los cafés de máquina, que por cierto están agujereados, buen invento para no derramar en contenido al remover. Pero es que un palo no es una cucharilla. Hay que dar vueltas, mover en cruz, y todavía así, se queda mucho al fondo, ¡ahonde, que es donde está lo más bueno!
De beber café en vaso o taza se merece caso aparte.
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