Los comentaristas habían tirado de agenda y casuística tras el segundo set perdido y recordaron que nunca Rafa ha remontado dos set abajo y el ruso nunca ha perdido con los dos primeros ganados. La estadística nos era adversa. Los números no nos favorecían. Yo visualizaba al rey cayendo. Jaque mate. Rendirse no es opción entre los grandes.
Rafa desde el primer juego sudaba tanto que cuando cambiaban de campo, había charquito casi en la línea. Literal, le caía el sudor por la cara como si tuviera una gotera. Mientras, el ruso, cual falangista, impasible el ademán. No es que sudara menos, es que estaba tan pancho. Llegaba a todas las bolas, le entraba todo. Sin que se le alterara el gesto, ni para bien ni para mal. Ni siquiera ponía mala cara ante las manías de Nadal, sus toques al calzón, comprobación de que orejas y nariz siguen en el mismo sitio, las quinientas millones de veces que bota la pelota. Tan tranquilo. Nadal, enfadado, con una cara de pocos amigos qué daba susto.
Hasta que la bestia que lleva dentro, partido a partido, ha demostrado su genio, sin rendirse, yendo a por cada bola. El español, que es el doble en musculatura que el tirillas del ruso, ha empezado a bailar. ¡Y vaya si baila! ¡Qué arte! Hacia delante, hacia atrás, un revés, que no soy zurdo, a la red, a mi sitio, otra vez atrás. Parecía Lendl, otra vez y otra vez, y otra vez, hasta desquiciar al hombre tranquilo, que ha incluso abroncado al juez de línea. Error. Se ha puesto antipático. Le ha salido todo lo que llevaba dentro. Se ha chivado. A Daniil Medvédev le llaman el Androide, no me extraña. Se le ha notado alguna manía incluso, con los recogepelotas, nimiedades comparadas con las botellas del mallorquín. El caso es que ha acabado como un caballero. Me parece mal el abucheo al perdedor. Pero él no ha dejado fisura y se ha portado como un señor. Ha felicitado a su oponente, lo ha dicho con gracia y elegancia. Como el deportista que es. Agradecido de haber jugado contra Grande Nadal. Y también dando gracias de que por fin haya acabado. No podía con su alma. No debe ser fácil, después de jugar más de cinco horas y perder, subir con una ensaladera, mísero segundo premio, y sonreír. Ha conseguido que el público le ovacione. Lo merece. Rafa le he aplaudido, normal.
Los comentaristas se han pasado la mañana gritando, especialmente desde la una de la tarde, hora en Madrid, se han desgañitado, han puesto prueba sus cuerdas vocales. Uno de ellos ha colocado a Nadal al nivel histórico de Carlomagno; que sus triunfos son comparables; ha igualado sus gestas a las de Napoleón, en fin. ¡Qué se puede decir, que no se haya dicho, o que sí se haya dicho! La gloria y el mundo conquistados con una raqueta, la cabeza fría y el tesón. Olvidar el punto fallado y seguir, e ir a por el siguiente. Moya le decía: otro punto, otro, olvídate de lo que podías haber hecho, a por el siguiente, aprende. ¡Qué grande! “¿Estás cansado?” le ha dicho Daniil, no sé, “quizá un poco”, reflexionaba él mismo. Ahí se ve que se ha dado cuenta de la condición de extra planetario del de Manacor. Ha remontado lo imposible, ante un chaval al que saca diez años. El ruso, que por lo visto vive en Montecarlo, ha dicho que esto no ha acabado. ¡Ojo! Claro que no. El inmortal puede tener recorrido. Es un ejemplo un poquito extremo, ¡gracias! de que el esfuerzo tiene recompensa. ¿Y si en vez de Putin y Biden, hablan ellos? A la Reina Isabel le habría bastado menos para hacerle Caballero, Sir, Lord o lo que hubiera hecho falta. Ea.
De las mujeres nada....
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