Los Ángeles de la Guarda los noto conmigo. Están todo el rato. Hasta cuando me olvido. Nunca estoy sola. Y menos aun cuando me abandono al sueño, cuando dejo de controlar, cuando no puedo estar alerta. Nunca estoy sola. El día entero me paso haciéndome la fuerte, haciéndome la mayor, porque a los niños se nos supone felices y ciegos y sordos. Pero yo también veo lo que pasa. Veo cómo ella llora, veo que se esconde para que no notemos que sus ojos se han llenado tanto de agua casi han desaparecido de hinchados que están. La veo triste y yo también estoy triste. Y no sé qué tengo que hacer. Se enfada por nada de repente. Oigo a quienes más quiero discutir por cosas que antes les hacían reír. No lo entiendo. Si supieran cuánto se quieren. Si supieran lo que les queremos. Si supieran. No me atrevo a llamarles. Les oigo no hablar. Un portazo involuntario. Unos pasos que van y vuelven. Noto silencios que son como agujas en la tarde. Les llamo para que se distraigan y no griten. No entiendo qué ha cambiado. No entiendo por qué él está siempre enfadado y ella siempre triste. Y a veces al revés. ¿Será algo que he hecho yo? ¿Habrán sido los gemelos, que dan mucha guerra?
Cuando aparezco, la tensión se disuelve, igual que el Colacao. Hago un poco de ruido para avisar que llego, ella sonríe y me achucha un montón, él me sonríe y alaba mis gracias. A él parece que se le ha pasado el enfado, ella se ha tragado las lágrimas. Pero no tienen alegría. Intento que algo cambie con mi presencia, hacerles reír con tonterías, dar un poco de energía al ambiente, a ver si les saco una sonrisa más ancha. Parece que es difícil. Me concentro en mi juego, los gemelos duermen. Él se pone conmigo, sólo para mí; ella se va a lavar la cara y maquillar el sofocón. Él no habla, yo creo que también tiene lágrimas debajo de su enfado. Jugamos.
Discurre el tiempo y navegamos en un caldo de silencio. No entiendo lo que ha pasado. Hace bien poco la casa estaba llena de luz y de risa. Ahora no hay nada más que una niebla espesa que no nos deja ver nada. Niebla y silencio, o gritos y silencio. Jo. Vivimos en un escenario, aunque algunos no hacen muy bien su papel, especialmente ella, que intenta estar contenta pero es muy llorona, y se le escapa. Y él, que es muy bueno, pero no habla nada y cuando habla le sale la voz enfadada. Durante el día yo también tengo mi papel, de hija feliz, hago lo que me corresponde. Cuido de los hermanos, que no den la lata. Intento no equivocarme para que nadie llore más o se enfaden más. Trato de recordar todas las normas, comer con la boca cerrada, coger bien los cubiertos, ser súper obediente. Casi prefiero pasar desapercibida. Me llevo a los hermanos a su cuarto para que no enreden y para que no sufran. Son pequeños. A lo mejor es todo cosa mía. Ojalá.
¿Está él enfadado porque ella llora? ¿Llora ella porque él está enfadado? Yo solo quiero que estén contentos, cuando paseamos junto sus manos, que se les olvida ir juntitos, como antes, que él apoyaba su mano en el hombro de ella y se pegaban mucho hasta juntar las cabezas, y besarse a veces, o ella metía la suya en el bolsillo del abrigo de él, al paso, siempre al paso.
Al acostarme, al quedarme sola, cuando nadie más está, hablo con los abuelos. Ellos sí que no están, y les siento. Sé que cuidan de mí. Que están ahí todo el rato. Gracias. No me puede pasar nada malo. Seguro...que todo esto ha ocurrido por algo. Fundamentalmente para que yo sea la persona que soy. Ha sido duro pero he llegado y estoy muy orgullosa.
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